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12 Alimentos que tus abuelas le daban a sus gallinas

¿Quién no recuerda esos días visitando a las abuelas en el campo? El olor a tierra mojada, el crujido de las ramas bajo los pies, el canto de los gallos al amanecer y, por supuesto, las gallinas correteando por el corral, picoteando lo que parecía ser su banquete favorito del día. Las gallinas de antes, esas hermosas aves que andaban libres por el patio, eran alimentadas con lo que había a la mano, con alimentos sencillos pero nutritivos. Nuestras abuelas, con su sabiduría y costumbres tan arraigadas, sabían perfectamente cómo cuidar de sus animales sin necesitar los sofisticados alimentos artificiales de hoy en día.

Vamos a recordar juntos estos clásicos ingredientes que las abuelas solían ofrecer a sus gallinas. ¡Verás que no solo las mantenían bien nutridas, sino que además eran opciones prácticas, económicas y amigables con el medio ambiente!

1. Granos

Los granos eran, sin duda, la base de la alimentación de las gallinas. Podría decirse que eran el “plato fuerte” en el menú diario de las aves. Nuestras abuelas, conocedoras de su corral y del ciclo agrícola, sabían que los granos como el maíz, el trigo, la avena o incluso la cebada eran perfectos para mantener a sus gallinas felices y bien alimentadas.

Era común ver a las abuelas con su balde lleno de maíz seco, tirándolo al piso mientras las gallinas corrían emocionadas, picoteando sin parar. Ahora, pensándolo bien, el sonido de los granos al caer al suelo se parecía casi a un ritual; era como una campana anunciando la hora de la comida. Lo bonito de todo esto es que no necesitaban gran cosa: el maíz era cosechado del mismo campo o incluso comprado a algún vecino, y con eso bastaba.

¿Por qué darles granos? Por una razón sencilla: son altamente energéticos. Las gallinas se mantenían activas durante el día y, de paso, producían unos huevos más grandes, sanos y nutritivos. Era la combinación perfecta: comida fácil de encontrar, barata y efectiva.

2. Restos de cocina

Este es todo un clásico de los hogares rurales de antes (y el de muchas casas todavía): nada se desperdiciaba, ni siquiera cuando se trataba de alimentar a las gallinas. Las abuelas, siempre prácticas y cero derrochadoras, sabían que los restos de comida que quedaban del almuerzo o la cena podían ser aprovechados para consentir a sus aves.

¿Tenían cáscaras de frutas? Allá iban al corral. ¿Sobró arroz o trocitos de tortilla? Directo al suelo para que las gallinas lo pusieran en su menú del día. Incluso las sobras de verduras cocidas o las puntas de pan duro terminaban en el mismo lugar. Ésa era la esencia de su manera de vivir: todo tenía un propósito, y nada se tiraba a la basura.

Nos hace reflexionar, ¿no? Ahora tenemos toneladas de residuos orgánicos que muchas veces no sabemos qué hacer con ellos, pero nuestras abuelas ya habían inventado un sistema sostenible sin ni siquiera intentarlo demasiado. Las gallinas amaban los restos de comida, y lo mejor es que su dieta variaba según el día. ¡Era como tener un buffet personal para ellas!

3. Semillas y legumbres

Además de los granos, las semillas y las legumbres eran otro gran clásico en la alimentación de las gallinas. Las abuelas conocían bien el valor de ciertos alimentos ricos en proteínas, y en su sabiduría ancestral, sabían que incluir estas opciones era una manera ideal de complementar la dieta de sus queridas aves.

Algunas veces juntaban semillas como girasol, calabaza o incluso algunas sobras de legumbres que no se habían usado para la comida familiar, como lentejas o frijoles. Las procesaban ligeramente, dejando que las gallinas picotearan a gusto y aprovecharan ese festín lleno de nutrientes.

¿Por qué era tan importante incluirlas? Pues, además de ser sabrosas (para las gallinas, claro), eran esenciales para que las aves tuvieran un plumaje más fuerte y brillante. ¡Nada como una gallina bien alimentada y orgullosa de sus plumas! Y, de paso, decían que influían en la calidad y el sabor de los huevos. Así que, si alguna vez has probado un huevo “de rancho” con su yema amarilla bien intensa, probablemente agradecerás estas semillas y legumbres.

4. Alimentos recolectados

Las abuelas no solo sabían aprovechar la cosecha y los restos de la cocina, sino que también eran grandes recolectoras. En una época en la que todo estaba conectado con la tierra, era común que se recogieran hierbas, frutos y hasta pequeños insectos del campo para complementar la dieta de las gallinas.

Las hierbas frescas, como tréboles o diente de león, eran un clásico. Si salían a caminar por el monte o al borde de los caminos, siempre regresaban con un puñado de algo verde que las gallinas devoraban al instante. Y, por supuesto, si al cavar encontraban lombrices… ¡ni hablar! Era el manjar perfecto para las aves. No había nada que las hiciera más felices que picotear pequeños bichitos y sentir que eran verdaderamente libres y naturales.

Es interesante cómo este tipo de alimentación sigue siendo una manera fantástica de mantener a las aves sanas y fuertes. Las hierbas les aportaban vitaminas, y los insectos eran una excelente fuente de proteínas. Y lo más hermoso de esto es que no necesitaban gastar nada. Todo estaba literalmente al alcance de su mano (o sus pies).

5. Verduras de temporada

Una de las cosas más básicas que nuestras abuelas sabían sobre la alimentación de las gallinas era que ellas, al igual que los humanos, adoraban una dieta variada. Y, claro, ¡qué mejor que aprovechar las verduras de temporada! Si sobraban hojas de lechuga, tallos de acelga o partes pequeñas de los repollos, estas no iban al basurero (bueno, ni siquiera había basureros modernos como los conocemos ahora). Todo se reutilizaba y terminaba en los platos –perdón, en los picos– de las gallinas.

Las verduras de temporada no solo eran una solución práctica para evitar el desperdicio de comida, sino que también aseguraban que las gallinas recibieran una dieta rica en nutrientes, lo cual se reflejaba en huevos más sabrosos y de yemas intensamente amarillas. Además, este método era súper sostenible. Por ejemplo, si había una buena cosecha de calabacines o zanahorias, las gallinas no se quedaban sin su porción de este banquete natural.

¿Y lo mejor? Estas verduras, por ser frescas y naturales, ayudaban a mantenerlas sanas, mejorando su sistema digestivo y proporcionándoles energía. Dicen que somos lo que comemos, así que no es de extrañar que estas gallinas produjeran huevos tan deliciosos y nutritivos.

6. Cáscaras de huevo molidas

Puede que hoy te suene extraño, e incluso un poco loco, darles cáscaras de huevo a las gallinas. Pero déjame contarte: nuestras abuelas tenían una lógica impecable detrás de esta práctica. Para ellas, todo podía ser reutilizado de alguna forma, y las cáscaras de huevo no eran excepción. Después de recoger los huevos del día, guardaban las cáscaras, las molían hasta obtener un polvo fino y luego se lo añadían a la comida de las gallinas.

¿Por qué hacían esto? Por el calcio, nada más y nada menos. Las gallinas necesitan mucho calcio para formar cáscaras fuertes en sus huevos. Si no tienen suficiente en su dieta, podrían desarrollar problemas de salud o empezar a poner huevos con cáscaras delgadas y quebradizas. Con este truco casero, que además era económico y ecológico, nuestras abuelas aseguraban que las gallinas se mantuvieran sanas y productivas.

Otra ventaja es que esto evitaba que las gallinas desarrollaran el mal hábito de picar sus propios huevos. Al recibir calcio de una fuente externa, no buscaban maneras «creativas» de satisfacer esa necesidad. Un ejemplo simple pero brillante de cómo nuestras abuelas sabían aprovechar al máximo los recursos disponibles.

7. Insectos y Gusanos

Este punto podría hacer que algunos frunzan el ceño, pero lo cierto es que a las gallinas les encantan los insectos y los gusanos. Y, sinceramente, ¿quién podría culparlas? Estas pequeñas criaturas no solo son una delicia para el paladar avícola, sino también una fuente rica en proteínas que contribuye de manera crucial a su dieta.

En los tiempos de nuestras abuelas, a menudo se dejaba que las gallinas anduvieran libres durante el día, alimentándose de manera natural de lombrices, grillos y otros bichitos que encontraban por ahí. Si las abuelas notaban una escasez, buscaban maneras de conseguir más: volteaban pilas de compost, revolvían la tierra o trasladaban a las gallinas hacia rincones más fértiles donde pudieran darse un festín natural.

Incluso había quienes, en plena época de lluvias o tras una buena cosecha de maíz, juntaban orugas o gusanos específicamente para complementar la dieta de las gallinas. Este sistema, además de ser tremendamente nutritivo, imitaba lo que las aves de corral buscarían en su entorno natural, manteniendo su comportamiento instintivo.

En pocas palabras, los insectos y gusanos eran en el pasado lo que hoy serían los “snacks proteicos” para deportistas. Y en el caso de las gallinas, el resultado era increíble: aves vigorosas y huevos llenos de beneficios.

8. Hierbas y plantas silvestres

Las hierbas y plantas silvestres eran elementos clave en la dieta gallinácea de nuestras abuelas. ¿Por qué? Porque las hierbas no solo varían la alimentación, sino que también tienen propiedades medicinales. Aunque las abuelas quizá no tuvieran un libro de botánica a mano, sabían, con base en la experiencia, cuáles plantas eran buenas para sus gallinas.

La albahaca, por ejemplo, era conocida por ayudar a mejorar la digestión de las aves. La ortiga, aunque rehuida por muchos humanos, era cosechada con cuidado para alimentar a las gallinas, ya que es rica en hierro y otros minerales esenciales. Y el diente de león, esa hierba que muchos consideramos una “mala hierba”, se incluía con frecuencia porque ofrecía una buena cantidad de nutrientes.

Incluso, algunas plantas silvestres se utilizaban como preventivos contra las enfermedades. Las abuelas eran como pequeñas herbolarias, cuidando a sus animales con remedios naturales que aprendieron de generaciones anteriores.

9. Pescado y restos cárnicos

Quizás esto suene extraño hoy en día, sobre todo cuando escuchamos que las gallinas son «herbívoras» o nos imaginamos que solo comen maíz, pero nuestras abuelas sabían que estas aves son omnívoras y que necesitan proteínas animales para estar fuertes. En los tiempos de antes, no todas las personas tenían acceso a alimento balanceado para gallinas, así que se usaban los recursos disponibles, como restos de pescado o pequeñas sobras de carne que quedaban en casa.

¿Por qué este alimento era tan bueno para las gallinas? La carne es rica en proteína, un nutriente esencial para la producción de huevos fuertes y saludables. Además, el pescado, en particular, tiene ácidos grasos omega-3, que podrían haber contribuido al rico sabor y el color vibrante de los huevos de las gallinas. Por supuesto, nuestras abuelas tenían cuidado de no darles restos en mal estado porque eso podía enfermarlas. Pero bien manejado, este alimento era prácticamente un tesoro en la dieta de estas aves.

En las fincas costeras o cerca de ríos, las gallinas incluso podían picotear sobras de pescado de manera natural, lo que hacía este alimento aún más común. Además, es un claro ejemplo de cómo nada se desperdiciaba en esos tiempos. Donde hoy vemos «sobras», nuestras abuelas veían comida para sus animales.

10. Cenizas y piedras pequeñas

Ahora vamos con algo que podría parecer sacado de un libro de viejas curiosidades, pero que tiene toda la lógica del mundo: las cenizas y las piedras pequeñas. Aunque a primera vista estas cosas no parezcan alimento, eran elementos clave para una dieta equilibrada. Las cenizas —por ejemplo, las obtenidas de leña quemada— a menudo se mezclaban con el alimento de las gallinas o simplemente se dejaban en un lugar estratégico para que las aves las consumieran si lo deseaban.

Las cenizas eran útiles por varias razones. Contienen minerales como el calcio y el potasio, que ayudan a las gallinas en la formación de huevos de cáscara fuerte. Además, las cenizas tienen propiedades antifúngicas que podrían ayudar a prevenir ciertos problemas digestivos o infecciones en las gallinas. Por otro lado, las piedras pequeñas (grava o arenilla) eran fundamentales para el sistema digestivo de estas aves. Si no lo sabías, las gallinas no mastican su comida como nosotros, pero gracias a estas piedritas, que almacenan en su molleja, podían triturar eficientemente los granos y restos de alimentos que consumían. Sin estas piedritas, su digestión sería mucho menos efectiva.

Este conocimiento era pasado de generación en generación. No había necesidad de un suplemento de calcio comprado en el supermercado: una pequeña porción de cenizas y un par de puñitos de arena bastaban para mantener a las gallinas felices y saludables.

11. Frutas Maduras

Cuando escuchamos la palabra «frutas», lo último que se nos ocurre es regalarlas a las gallinas. Sin embargo, para nuestras abuelas, las frutas maduras eran el snack perfecto para sus aves. Todos sabemos que en las fincas y campos donde había árboles frutales, las frutas que caían del árbol y ya no eran aptas para consumo humano terminaban siendo un banquete para las gallinas. Este alimento no solo les encantaba, sino que también les daba un aporte importante de azúcares naturales, vitaminas y energía.

Las gallinas son muy listas, y basta con dejarlas sueltas cerca de un árbol frutal para verlas disfrutar de higos maduros, plátanos, o incluso pedacitos de manzana. En aquellos tiempos, cuando había excedente de fruta o simplemente piezas que estaban demasiado pasadas para las personas, se ofrecían a los animales de forma natural. Aparte de ser un alimento lleno de nutrientes, esta dieta balanceada también generaba huevos con un sabor único. Alimentos frescos, naturales, y variados como la fruta les daban a las gallinas la energía que necesitaban y una buena cantidad de fibra que hacía más saludable su sistema digestivo.

Además, la fruta era también una forma de hidratación, especialmente en los días calurosos. ¿A quién no le gusta una jugosa sandía o una papaya bien madura durante el verano? Lo mismo para las gallinas, quienes disfrutaban estas delicias sin pensarlo dos veces. Tal vez esto explique por qué los animales de antes parecían más robustos y saludables que los de ahora.

12. Alga Espirulina

Este último alimento podría parecer demasiado moderno para haber estado en la dieta de las gallinas de nuestras abuelas. Sin embargo, en algunas regiones, sobre todo cerca de áreas con acceso a lagos y fuentes naturales de agua, las personas ya conocían los beneficios de ciertos tipos de algas. Aunque no necesariamente le ponían el nombre de «espirulina», nuestras abuelas usaban algas u otras plantas acuáticas para complementar la dieta de sus animales.

La espirulina es una microalga famosa hoy en día por ser un superalimento, pero para las gallinas representaba una fuente de hierro, vitaminas y ácidos grasos. Las personas que vivían cerca de aguas estancadas o áreas donde era común encontrar estas plantas solían ofrecerlas a las gallinas de manera casual. Las gallinas las comían felices, y claro, los beneficios se notaban: huevos más nutritivos, plumas brillantes y mayor vitalidad.

Aunque este alimento quizás no era el más común en todas las casas, es sorprendente saber que en algunas comunidades ya apreciaban lo que la naturaleza les daba. ¿Te imaginas si combináramos este conocimiento rural del pasado con los avances que tenemos hoy? Definitivamente podríamos tener las gallinas más sanas y productivas de todas.

Pensamientos finales

Recordar cómo nuestras abuelas alimentaban a sus gallinas nos invita a reflexionar sobre una forma de vida más simple, sostenible y natural. Ellas no necesitaban grandes tiendas ni alimentos procesados para asegurarse de que sus aves estuvieran bien; solo confiaban en lo que la tierra, la cocina y su creatividad les ofrecían.

Granos, restos de comida, semillas, hierbas… cada bocado era un recordatorio del increíble vínculo que existía entre las personas, los animales y la naturaleza. Además, al ver lo mucho que sus gallinas producían con esta dieta tan sencilla, queda claro que no se necesita complicar las cosas para hacerlo bien.

Así que la próxima vez que te encuentres en un corral o tengas la oportunidad de criar gallinas, recuerda a las abuelas y su sabiduría. Quizás hasta te animes a retomar algunas de estas prácticas y a ser un poco más amigable con el medio ambiente, ¡como ellas lo fueron desde siempre! Las gallinas, los huevos… y hasta tu bolsillo, sin duda te lo agradecerán.

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