Seis años criando gallinas: 12 cosas que he aprendido
Nunca pensé que criar gallinas sería una de las aventuras más interesantes de mi vida. Cuando empecé hace seis años, estaba buscando algo diferente, un pequeño proyecto que me conectara con la naturaleza y que, de paso, me diera huevos frescos todos los días.
Lo que no esperaba era que estas pequeñas criaturas plumosas me enseñaran tantas cosas, no solo sobre la vida en general, sino también sobre la paciencia, la perseverancia y la importancia de disfrutar las cosas simples. Aquí te comparto las 12 lecciones más importantes que he aprendido después de estos seis años criando gallinas.
1. Las gallinas no son tontas (aunque a veces lo parezcan).
Cuando pensamos en gallinas, probablemente nos vienen a la mente imágenes de esos animales un poco torpes, picoteando el suelo y mirando al horizonte con esa expresión de “no sé qué hago aquí”. Pero, ¡espera un momento! No dejes que esa apariencia te engañe. Las gallinas son más inteligentes de lo que parecen, y su astucia aviar es digna de admiración.
Primero, hay que mencionar que su capacidad para escaparse de recintos cerrados es casi legendaria. Si crees que has armado un gallinero a prueba de escapes, piénsalo de nuevo. Estas aves pueden encontrar la más pequeña grieta y, en un abrir y cerrar de ojos, ya están de vuelta en el huerto, disfrutando de un festín de tomates frescos. Y hablando de tomates, tienen un ojo impresionante para descubrir el único tomate maduro entre un mar de verdes. No sé cómo lo hacen, ¡pero lo logran!
Y si tienes la suerte (o la desgracia) de ser dueño de gallinas, seguro que has experimentado el momento épico cuando sacas la bolsa de gusanos. Es como si tuvieran un radar interno. A kilómetros de distancia, su sentido del oído las alerta y, en un instante, se agrupan como si fueran un ejército en busca de su tesoro favorito. Ese es su modo de decir: “No subestimes nuestra habilidad”.
2. La jerarquía es real.
Si alguna vez has tenido gallinas o has pasado tiempo en un gallinero, seguramente te habrás dado cuenta de que no todo es un cuento de hadas en su mundo. Sí, ¡la jerarquía entre gallinas es algo que realmente existe! Aunque puede sonar un poco cómico al principio, es un tema muy serio para ellas.
Primero, hablemos del término que se utiliza para describir esta jerarquía: el «orden de picoteo». Eso suena rimbombante, pero en realidad se refiere a la manera en que las gallinas establecen quién es el «jefe» del grupo. La gallina dominante, que suele ser la más fuerte y segura, es quien se lleva las mejores comidas, el mejor lugar para dormir y, por supuesto, el primer lugar para picotear cuando se les lanza alimento. ¿Te imaginas cómo es vivir en un mundo donde todo esto depende de un par de picoteos?
Esta jerarquía no solo se trata de quién es la más fuerte o fiera. También puede cambiar dependiendo de las circunstancias. Las gallinas introducidas en un grupo existente tendrán que «ganarse» su lugar, lo que a veces puede desencadenar peleas y picoteos entre ellas. Si ves a alguna gallina que parece estar siempre apartada del grupo, es posible que esté en una posición baja del orden, lo que puede resultar en un estrés considerable. Es una especie de «Supervivencia del más apto», pero en un gallinero.
3. Los huevos frescos no tienen nada que ver con los del súper.
Cuando hablamos de huevos, la mayoría de la gente probablemente piensa en los que compran en el supermercado. Pero déjame decirte algo: esos huevos que vienen en cajas blancas no tienen nada que hacer frente a unos huevos frescos. Es como comparar un Ferrari con un triciclo. Una vez que pruebas un huevo recién puesto, es como si abrieras la puerta a un mundo completamente nuevo.
Primero, hablemos del sabor. Los huevos frescos tienen un sabor que simplemente no se puede describir con palabras. La intensidad de su sabor supera por mucho a la de los que vienen de producción masiva. La yema, de un color amarillo intenso, se siente cremosa y rica en el paladar. Mientras que las yemas de los huevos del súper pueden parecer un poco más pálidas y, honestamente, aburridas.
Y luego está la textura. Los huevos frescos tienen una consistencia casi mágica. Cuando los rompes, la clara se mantiene unida, y la yema se convierte en una joya brillante. Todo se siente más natural, más auténtico. En cambio, los huevos del supermercado suelen tener una clara más aguada y esa yema que ni siquiera sabe a huevo, sino más a otra cosa.
4. Limpiar el gallinero no es glamuroso
Limpiar el gallinero no es glamuroso. Es probable que sea lo menos glamuroso del mundo. Olvídate de los filtros bonitos de Instagram, las chicas en vestidos de campo y los atardeceres perfectos. Aquí estamos hablando de olores intensos, texturas cuestionables y un montón de plumas revueltas.
Cuando entras al gallinero, te enfrentas a una mezcla de olor a estiércol, heno y, bueno, un poco de sorpresa avícola. No hay forma de que te sientas elegante con guantes de goma y una pala en la mano, y la verdad, es un trabajo que nadie se pelea por hacer. Pero eso sí, cuando piensas en esos huevos frescos, dorados como Ferrari, el sacrificio parece un poco más llevadero.
Después de la sudorosa batalla con la suciedad, es casi una necesidad imperiosa correr a la ducha. La sensación de limpieza es increíble, aunque, honestamente, el olor de gallinero probablemente se va a quedar contigo un rato.
En fin, limpiar el gallinero es un trabajo sucio, pero es parte del trato si quieres disfrutar de esos huevos frescos y deliciosos. Al final del día, todos sabemos que lo más bonito de este lío es la recompensa en tu desayuno. Así que, a ponerse manos a la obra y a recordar: a veces, lo menos glamuroso puede llevar a los mejores placeres de la vida. ¡Bon appétit!
5. Los depredadores son más listos de lo que crees
He perdido la cuenta de las veces que he reforzado el gallinero, convencido de que esta vez era a prueba de depredadores, solo para encontrarme al día siguiente con plumas esparcidas y una sensación de derrota aplastante.
La batalla contra los depredadores es una carrera armamentística constante. Intento ser un buen granjero y proteger a mis aves, pero parece que siempre hay un nuevo truco que estos astutos animales desarrollan para burlar mis defensas. He probado de todo: cierro las rendijas, refuerzo las puertas, incluso he llegado a ponerles un sistema de alarma. Pero antes de que pueda decir “gallina”, ahí están las plumas regadas, una señal clara de mi derrota.
A veces me pregunto si esos depredadores se reúnen en una especie de cónclave secreto, riéndose de mis esfuerzos. Deben estar pensando: “Ah, mira, ahí va otro gallinero reforzado, ¡vamos a darle una visita!” Y así, el ciclo de la vida sigue: yo, con la esperanza de que esta vez será diferente, y ellos, siempre un paso adelante, disfrutando de su triunfo.
6. Las gallinas tienen personalidades únicas
Las gallinas tienen personalidades únicas, ¡y no hay duda de eso! Si alguna vez has pasado un rato observando a estas criaturas, sabes de lo que hablo. Cada una tiene su propio carácter, y eso es parte de la diversión de tener gallinas en casa.
Tienes a la tímida que siempre se queda al margen, mirando con esos ojos grandes y curiosos, esperando a que las demás se acerquen primero. Luego está la curiosa, que no puede resistir la tentación de explorar cada rincón del gallinero. ¡Esa gallina es la primera en investigar cualquier cosa nueva, desde un trozo de material hasta un insecto en el suelo!
No podemos olvidar a la matona, que se mantiene firme en su posición. Esta gallina no tiene miedo de hacerse escuchar y siempre está lista para pelear por su lugar en la jerarquía. Y está la glotona, que es la reina de los picoteos. Si hay comida, allí estará, lista para devorar hasta la última migaja.
Conocerlas individualmente es lo mejor de todo. Cada vez que salgo a darles de comer, me encuentro hablando con ellas y llamándolas por sus nombres. Sí, les pongo nombres, y no me juzgues. Para mí, no son solo gallinas; son parte de la familia.
7. El estiércol de la gallina es mágico
Bueno, no literalmente, pero casi. Si tienes gallinas, sabes que su estiércol es un verdadero tesoro para el huerto. Es como un superpoder natural que transforma cualquier planta en un jardín de ensueño. Y lo mejor de todo: ¡es gratis! O al menos, viene incluido con el paquete «gallinas», así que no hay excusas para no aprovecharlo.
El estiércol de gallina es rico en nutrientes. Contiene un montón de nitrógeno, fósforo y potasio, que son como las vitaminas de tus plantas. Cuando lo añades al suelo, lo revitalizas y le das un empujoncito a tus cultivos. Es como un batido energético, pero para tus tomates y lechugas. ¡Y qué sabor tienen luego!
Además, es un excelente mejorador del suelo. Ayuda a retener la humedad y a mantener la estructura del terreno. Así que, si por alguna razón el clima se vuelve loco y no llueve, tus plantas seguirán felices y contentas.
Ahora, no todo es perfecto. El estiércol de gallina es potente, y hay que usarlo con cuidado. Si te pasas, podrías quemar tus plantas. Mi consejo: dale un tiempo a que se descomponga antes de utilizarlo en el huerto, así evitarás sorpresas desagradables.
8. Las gallinas son máquinas de compostar
Si alguna vez has tenido gallinas, sabrás que son unas pequeñas máquinas de compostar con plumas. Estas aves no solo son adorables y tienen personalidades únicas, sino que también se encargan de deshacerse de una buena cantidad de restos orgánicos que, de otro modo, terminarían en la basura. Desde sobras de comida hasta cáscaras de huevo, las gallinas tienen un apetito insaciable por todo lo que es comer y, con cada picoteo, están contribuyendo al ciclo de la vida.
Imagínate esto: tienes un montón de verduras en la cocina, restos de tus cenas o quizás esas cáscaras de huevo que nunca sabes cómo desechar. En vez de tirarlos, simplemente les lanzas a tus gallinas. En un abrir y cerrar de ojos, todo lo orgánico desaparece en el profundo agujero negro de sus buches. Y no solo eso, sino que, a cambio, te regalan un montón de excremento que es como oro puro para tu jardín.
El compostaje tradicional puede ser un proceso largo y a veces complicado. Tienes que mezclar, airear y esperar pacientemente a que los microbios hagan su magia. Pero con gallinas, el proceso se acelera. Ellas están trabajando constantemente, comiendo y excretando, convirtiendo tus desechos en un abono riquísimo que tus plantas adorarán. ¡Es un win-win en toda regla!
9. Prepárate para las visitas
Tener gallinas en casa es como tener un imán para la conversación. Cuando la gente se entera de que tienes estos adorables animalitos, es como si abrieras la puerta a un sinfín de preguntas. Así que, si aún no estás preparado, ¡es hora de que te armes de paciencia y respuestas!
La primera pregunta que seguramente te harán es sobre la producción de huevos. “¿Cuántos huevos ponen tus gallinas?” es un clásico que nunca falla. Aquí es donde entra tu papel de experto. Cuéntales sobre la variedad que tienes y cómo la alimentación y el cuidado influyen en su producción. Además, no olvides mencionar lo riquísimos que son esos huevos frescos. La envidia de los que compran en el supermercado, ¡sin duda!
Pero no todo es alegría y huevos frescos. La limpieza del gallinero es otro tema candente en las charlas sobre gallinas. La gente se preocupa, y con razón, por la higiene. Puedes explicarles tu rutina de limpieza, cómo mantienes el gallinero libre de olores y enfermedades. Mostrarles que tener gallinas implica trabajo, pero que el esfuerzo vale la pena, puede despertar admiración.
Finalmente, prepárate para las anécdotas. Hay quienes compartirán sus propias experiencias con gallinas, ya sean graciosas o desastrosas. Así que relájate, disfruta de la charla y, sobre todo, siéntete orgulloso de contar tu aventura avícola. Tener gallinas no solo es una gran experiencia, sino que también te convierte en un auténtico conversador. ¡Listo para las visitas!
10. Las gallinas son criaturas de costumbres
Las gallinas son criaturas de costumbres. Si alguna vez has tenido la oportunidad de observar a estas adorables aves, te habrás dado cuenta de que tienen un ritmo particular y una serie de hábitos que las hacen sentir cómodas y seguras. Como cualquier ser vivo, las gallinas disfrutan de la rutina, y cualquier cambio en su entorno puede desestabilizarlas, llevando a situaciones que pueden ser poco deseables.
Imagina que una mañana decides cambiar el lugar donde les das de comer o incluso el tipo de alimento que les ofreces. Puede que pienses que les estás haciendo un favor, y tal vez lo sea, pero para ellas, ese pequeño ajuste puede ser un motivo de estrés. Las gallinas tienden a ser un poco conservadoras y, si alteras su mundo, podrías ver un descenso en la producción de huevos o, peor aún, alguna pelea inesperada en el gallinero.
Por eso, si quieres mantener la paz en tu gallinero (y asegurar que tus gallinas produzcan esos deliciosos huevos frescos), es crucial establecer un horario y una rutina que les dé seguridad. Alimentarlas a la misma hora, mantener la misma disposición del gallinero y asegurarte de que tengan los mismos momentos de libre exploración pueden hacer maravillas.
11. Aprenderás a apreciar las pequeñas cosas
Hay algo mágico en la vida rural que, a menudo, se nos escapa en nuestro ajetreado día a día. Pero, si te detienes un momento y prestas atención, descubrirás que las pequeñas cosas pueden brindarte una felicidad genuina. En este caso, hablemos de las gallinas. Claro, muchos pensarán que son solo animales de granja, pero te aseguro que tienen mucho que enseñarnos.
Imagina despertar por la mañana y escuchar el sonido de las gallinas cloqueando. Ese ruido simple y constante actúa como una melodía que te invita a relajarte. No hay reloj que marque el tiempo, solo el ritmo natural de la vida. Luego, al salir al gallinero, tus ojos se encuentran con un huevo perfecto en el nido. Ese pequeño regalo, el resultado de un esfuerzo diario, es un recordatorio de la belleza de lo cotidiano.
Y qué tal ver a las gallinas escarbando en el jardín, despreocupadas y felices. No hay mejor manera de apreciar el momento presente que contemplar su alegría al explorar la tierra. Cada movimiento es un recordatorio de que la felicidad no siempre radica en grandes logros o eventos extraordinarios, sino en disfrutar de las pequeñas cosas que nos rodean.
Aprender a apreciar estos momentos te ayuda a cultivar una mentalidad de gratitud. La vida a menudo se siente ajetreada y caótica, pero si te permites pausar y observar, encontrarás alegría en lo simple.
12. No te encariñes demasiado
Suena duro, pero vamos a ser sinceros: las gallinas tienen una vida limitada. Así que, si decides tener gallinas en tu patio, mejor prepara tu corazón. No hay nada más bonito que ver a tus pintas picoteando el suelo, haciendo ruido y dándote esos huevos frescos que tanto disfrutas. Pero, inevitablemente, llegará un día en que tendrás que despedirte de alguna de ellas. Y eso duele.
Es fácil encariñarse. Te despiertas con su canto matutino, las ves correr por el jardín y te ríes cuando pelean por un trozo de pan. Con el tiempo, cada gallina se convierte en parte de tu vida, con su propio carácter y manías. Pero, así como los gatos tienen su noveno día, las gallinas también tienen su destino y, aunque no lo queramos, forman parte del ciclo de la vida.
Así que, si decides tener gallinas, ámalas y cuídalas al máximo. Disfruta de cada momento que pases con ellas, pero mantén un pequeño rinconcito en tu corazón preparado para la despedida. No se trata de evitar el dolor, sino de aprender a vivir con él. Al final, lo importante es que has compartido risas, días soleados y un montón de recuerdos. Al final, eso es lo que cuenta.
Bonus: Criar gallinas es adictivo
¿Quién lo diría? Empezar con dos o tres gallinas puede parecer una idea loca, pero rápidamente te das cuenta de que es una experiencia casi mágica. Al principio, solo buscabas unos pocos huevos frescos para el desayuno, y de repente te encuentras rodeado de un pequeño ejército de plumíferos correteando por tu jardín, picoteando y haciendo sus ruiditos. Es una locura, pero ¡qué locura más maravillosa!
Uno de los mejores aspectos de criar gallinas es la conexión que estableces con ellas. Cada una tiene su propia personalidad: la curiosa que siempre se acerca a investigar, la tranquila que se sienta a observar, y la líder que parece decidir cuándo es hora de buscar comida. Te sorprende lo rápido que te encariñas con ellas. Y, por supuesto, no podemos olvidar los huevos. No hay nada como abrir el gallinero y encontrar ese tesoro fresco que acabas de recolectar.
Pero la aventura de criar gallinas es mucho más que solo huevos. Aprendes a cuidar de ellas, a entender sus hábitos y necesidades. Te vuelves un experto en construir refugios, en mantener el jardín limpio y en asegurarte de que estén sanas y felices. Y, créeme, nunca hay un día aburrido. Siempre hay algo que hacer: desde limpiar el gallinero hasta asegurarte de que no se escapen, lo que puede ser toda una hazaña.
Así que, si estás pensando en sumergirte en el mundo de la avicultura, prepárate. La diversión, la risa y el aprendizaje nunca terminan. Criar gallinas es adictivo, y cuando menos lo esperes, estarás buscando más espacio en tu jardín para dar la bienvenida a nuevos miembros de la familia alada. ¡Adelante, lánzate a esta loca pero maravillosa aventura!