12 cosas que aprendí al criar gallinas de razas diferentes

Cuando decidí criar gallinas, fue más por curiosidad que por necesidad. Me atrajo la idea de tener huevos frescos en casa y, siendo sincero, también me parecía fascinante observar a esos pequeños dinosaurios emplumados corretear por el patio. Lo que no esperaba era aprender tanto de ellas, y mucho menos que cada día con mis gallinas sería tan entretenido. Después de un tiempo experimentando con distintas razas, puedo decir que he aprendido cosas que jamás imaginé, y aquí te comparto las 12 lecciones más importantes que me dejaron estas pequeñas maestras con plumas.

1. Cada raza tiene su personalidad única

Cuando empecé con las gallinas, pensé ingenuamente que todas serían más o menos iguales: curiosas, algo asustadizas y enfocadas únicamente en picotear comida. Pero a medida que fui incorporando distintas razas en mi pequeño gallinero, me di cuenta de que cada una tiene su propia «personalidad» o, mejor dicho, temperamento.

Por ejemplo, las gallinas Leghorn (famosas por sus huevos blancos) son bullosas, rápidas y un poco más nerviosas. Me encanta cómo parecen estar siempre en movimiento, como si tuvieran una lista interminable de cosas por hacer. En contraste, las Orpington son todo lo contrario: tranquilas, amigables y hasta cariñosas. Parecen pequeñas pelotas de plumas que siempre están buscando un lugar cómodo para descansar o acercarse a ti para curiosear. Luego están las gallinas como las Plymoth Rock o las Sussex, que tienen un balance perfecto entre actividad y calma. Idealmente, son las que lideran con gracia en el gallinero, aunque no siempre es así (ya hablaré de jerarquías más adelante).

Es curioso, pero puedo pasar horas observando cómo cada raza interactúa con el resto. Es como tener una especie de mini sociedad ahí afuera, una que sorprendentemente refleja actitudes humanas: la gallina decidida y mandona, la tímida que se queda en un rincón, la diplomática que evita conflictos y la chismosa que parece saber siempre en dónde está ocurriendo «la acción». ¡Créeme! Si alguna vez piensas que las gallinas son aburridas, es porque aún no las has mirado lo suficiente.

2. El tamaño sí importa

Otra de las cosas que aprendí al criar gallinas es que el tamaño realmente cuenta, y no solo por razones prácticas. Claro, en términos de huevos, hay una clara diferencia entre los producidos por una gallina Bantam (una raza miniatura) y los de una Sussex o una Rhode Island Red, que suelen ser mucho más grandes. Pero el tamaño también influye mucho en su comportamiento y en cómo se relacionan entre ellas.

Las gallinas más grandes, como las Brahma o las Cochin, a menudo se presentan como tranquilas e imponentes. Es fácil entender por qué: con su tamaño, realmente no tienen que probar nada a nadie. En cambio, las más pequeñas, como las gallinas Bantam o las Sebright, parecen vivir con un constante «síndrome del más bajo». ¡Son unas valientes! A pesar de ser pequeñas, no dudan en enfrentarse a las más grandes si sienten que está en juego su espacio o su comida. Y cuando digo enfrentarse, no exagero. He visto a gallinas de menos de un kilo desafiar a otra que les triplica el tamaño. Es divertido y un poco caótico.

Eso sí, cuando decides mezclar tamaños en un mismo gallinero, hay que estar más pendiente. A veces las gallinas grandes no se percatan de su fuerza y podrían lastimar, sin querer, a las más pequeñas. Por eso, para mantener la armonía en el gallinero, es importante prestar atención y darles un espacio adecuado a cada una.

3. El color de los huevos no es solo blanco o marrón

Antes de criar gallinas, mi conocimiento sobre huevos era bastante básico: o eran blancos o eran marrones. ¿Qué más podía haber? Bueno, resulta que hay un arcoíris entero de posibilidades. Algunas razas, como las Ameraucana y las Araucana, ponen huevos de un color azul precioso, mientras que las Olive Egger producen huevos verde oliva. Luego están las gallinas Marans, famosas por sus huevos de un color marrón chocolate tan oscuro que parece pintado a mano. ¡Es increíble!

El hecho de coleccionar huevos de diferentes colores cada mañana no solo es divertido, sino que también ha sido una excelente manera de sorprender a los amigos y familiares. Es común que alguien me pregunte: «¿Pero los huevos verdes tienen un sabor diferente?» La respuesta corta es no, todos saben igual, pero no puedo negar que comer un huevo azul tiene algo de especial, casi mágico.

Descubrir esta variedad también me abrió los ojos al hecho de que muchas gallinas son criadas únicamente por su capacidad para producir un tipo específico de huevo. En mi caso, decidí mezclar razas no tanto por los huevos, sino por la experiencia completa: me encantan las sorpresas y, por algún motivo, sacar un huevo azul o un verde siempre me hace el día.

4. Las jerarquías son una cosa seria

Si piensas que un grupo de gallinas simplemente vive junto en armonía, déjame decirte que estás muy lejos de la verdad. En cada gallinero hay un nivel jerárquico y las peleas por determinar quién manda pueden ser bastante intensas. Esto se conoce como «el orden del picoteo», y créeme, las gallinas se toman este asunto muy en serio.

Las líderes son las que comen primero, buscan los mejores lugares para descansar y básicamente determinan cómo fluye la dinámica del grupo. Es muy interesante observar cómo algunas luchan por llegar a lo más alto, mientras que otras están perfectamente contentas siendo seguidoras. A veces, introducir una gallina nueva al grupo puede desatar el caos. El resto necesita tiempo para ajustar la jerarquía y decidir si la recién llegada merece un lugar privilegiado o si tendrá que ganárselo.

Lo más curioso es que estas jerarquías no suelen estar basadas solo en el tamaño o la raza (aunque a veces eso influye). Tiene mucho que ver con la actitud. He visto a gallinas pequeñas liderar gallineros con aves mucho más grandes porque, de algún modo, logran imponer respeto. Es fascinante y, admito, a veces un poco desconcertante. Me hace pensar en lo mucho que los humanos y las gallinas compartimos cuando se trata de luchas de poder y de encontrar nuestro lugar en el mundo.

5. Algunas son mejores ponedoras que otras

Cuando empecé con las gallinas, pensé que todas pondrían huevos más o menos igual. ¡Vaya error! Resulta que las razas están diseñadas para diferentes propósitos, y eso se nota a la hora de la producción de huevos. Por ejemplo, las Leghorn son las reinas indiscutibles del mundo de las ponedoras. Estas gallinas son como máquinas de huevos: consistentes, eficientes y bastante independientes. Si lo que buscas es llenar tu nevera con huevos frescos, estas son tus aliadas perfectas.

Por otro lado, las Orpington o las Cochin son más bien como las bellezas del gallinero. Son grandes, bonitas y tienen un carácter súper tranquilo, pero en cuanto a producción de huevos, no son las más destacadas. Sus huevos son más grandes y sabrosos, pero no esperes que te llenen la cesta todos los días. Y luego están las Silkie, esas pequeñas gallinas lanudas que parecen más bien juguetes de peluche. Son adorables, pero si buscas huevos, mejor olvídate. Son más bien para compañía o como madres sustitutas, pero eso lo veremos más adelante.

Lo que aprendí aquí es que, si vas a criar gallinas, tienes que definir tus prioridades. ¿Quieres huevos todo el tiempo? ¿Prefieres gallinas más amigables y tranquilas? ¿O te gusta la variedad y no te importa tener un poco de todo? Es como armar un equipo: cada una tiene su rol, y si eliges bien, tendrás un gallinero equilibrado y feliz.

6. El clima influye en su comportamiento

Otra lección importante es que las gallinas son seres bastante sensibles a los cambios climáticos. Al principio, no le presté mucha atención a esto, pero con el tiempo me di cuenta de que su comportamiento varía mucho según la temperatura, la humedad y la estación del año.

Por ejemplo, mis Leghorn son unas duras. Les da igual si hace frío o calor, siempre están ahí, rascando y poniendo huevos como si nada. Pero las Cochin, con su plumaje abundante y esponjoso, sufren mucho en verano. Las veías jadeando, buscando la sombra y bebiendo agua como si no hubiera un mañana. Tuve que asegurarme de que tuvieran suficiente ventilación y agua fresca para evitar que pasaran un mal rato.

En invierno, las cosas cambian también. Algunas razas, como las Wyandotte, aguantan bastante bien el frío gracias a su plumaje denso. Pero otras, como las Silkie, necesitan más protección porque sus plumas no son tan aislantes. Aprendí que es crucial adaptar el gallinero según la época del año: más sombra y agua en verano, y más cobijo y calor en invierno.

Lo más interesante es que el clima también afecta su estado de ánimo. En días soleados y agradables, están activas, felices y socializando. Pero cuando llueve o hace mucho frío, se vuelven más reservadas y a veces hasta un poco gruñonas. Es como si tuvieran su propio termómetro emocional.

7. No todas las gallinas son buenas madres

Aquí viene la sorpresa más grande: no todas las gallinas tienen instinto maternal. Cuando decidí dejar que algunas de mis gallinas empollaran sus huevos, pensé que sería un proceso natural y sencillo. ¡Nada más lejos de la realidad!

Las Silkie son las mejores madres que he conocido. Son dulces, pacientes y se toman su rol muy en serio. Si les das huevos, los empollarán como si fueran tesoros, y cuando nacen los pollitos, las ves cuidándolos con una dedicación que te conmueve. Pero otras razas, como las Leghorn, simplemente no están interesadas en ser mamás. Si les dejas huevos, los ignoran o incluso los abandonan. Es como si dijeran: “Yo ya cumplí con mi parte, ahora te toca a ti”.

Y luego están las intermedias, como las Orpington. Son buenas madres, pero a veces pueden ser un poco descuidadas. Una vez, una de mis Orpington se distrajo tanto comiendo que dejó a los pollitos solos casi todo el día. Tuve que intervenir y asegurarme de que estuvieran bien. Esto me enseñó que, si quieres pollitos, es importante elegir bien a la madre o, en su defecto, tener un plan B, como una incubadora.

8. Las gallinas tienen preferencias alimenticias

En un principio, yo pensaba que con un paquete de alimento balanceado y algunos granos, todas mis gallinas estarían felices. Pero no, cada raza tiene sus propias preferencias, y eso puede llegar a ser un verdadero desafío.

Por ejemplo, las gallinas de raza Orpington son bastante exigentes. Les encantan las verduras frescas, como la lechuga y las zanahorias, y si no las incluyes en su dieta, te lo hacen notar con sus miradas de desaprobación. En cambio, las Leghorn son más prácticas; ellas se conforman con el alimento comercial, pero si les das algo de maíz, se vuelven locas.

También me di cuenta de que algunas razas son más activas a la hora de buscar comida. Las Rhode Island rojas, por ejemplo, son expertas en rascar la tierra en busca de bichos y semillas, mientras que las Cochin son más tranquilas y prefieren que les sirvas la comida en un plato (sí, como si fueran unas reinas).

9. El ruido varía según la raza

Otra cosa que no esperaba es que el nivel de ruido de las gallinas depende mucho de su raza. Yo siempre había escuchado que las gallinas hacen «clo-clo» y que los gallos cantan al amanecer, pero no tenía idea de que hay algunas que son más ruidosas que otras.

Las Leghorn, por ejemplo, son las reinas del escándalo. Parece que les encanta gritar por cualquier cosa: si ven un pájaro volando, si tienen hambre, si están aburridas… son como esas vecinas que siempre están chismeando. En cambio, las Cochin son mucho más silenciosas. Apenas emiten unos sonidos suaves, como si fueran tímidas.

Los gallos también tienen su propia escala de ruido. Tuve un gallo de raza Brahma que era bastante tranquilo, pero otro de raza Sussex que no dejaba de cantar durante todo el día. A veces sentía que estaban compitiendo con el gallo del vecino para ver quién canta más fuerte.

10. El olor

Este es un tema que, admito, no tomé tan en serio al principio. Pensé: «Son gallinas, ¿cómo pueden oler mal?» Pues, déjame decirte que sí, pueden. Y no, no es solo el estiércol, aunque eso ya es un tema en sí mismo. Es todo el conjunto: el olor de la comida, el heno, la humedad en el gallinero, y sí, el estiércol.

Lo primero que aprendí es que la limpieza es clave. Si no limpias el gallinero regularmente, el olor se apodera de todo. Y no solo eso, también puede atraer moscas y otros bichos que no quieres cerca. Así que me convertí en una especie de experto en desinfección y ventilación. Aprendí a usar virutas de madera, que ayudan a absorber la humedad y mantener el olor bajo control. También descubrí que las gallinas aman revolcarse en la tierra, lo que, aunque parezca asqueroso, en realidad ayuda a mantener su plumaje limpio y libre de parásitos.

Pero, ¿sabes qué es lo más curioso? Con el tiempo, te acostumbras al olor. No es que deje de existir, pero ya no te molesta tanto. Y cuando llegas a ese punto, te das cuenta de que crias gallinas no solo porque te gustan, sino porque has aprendido a convivir con todas sus… particularidades.

11. Son un reloj biológico

Si alguna vez te preguntas qué hora es, solo mira a tus gallinas. Es increíble cómo tienen un horario tan preciso y cómo se apegan a él sin fallar. Desde el primer canto del gallo al amanecer hasta la hora en que todas se meten al gallinero por la noche, las gallinas son como un reloj biológico viviente.

Por ejemplo, sabía exactamente cuándo era hora de despertar porque mis gallinas no me dejaban dormir más allá del amanecer. Y no, no es una exageración. El gallo empieza a cantar y, aunque intentes ignorarlo, el ruido es implacable. Lo mismo sucede por la tarde. Alrededor de una hora antes de que se ponga el sol, las gallinas empiezan a moverse hacia el gallinero, como si tuvieran un GPS interno que las guía de vuelta a casa.

Lo más fascinante es cómo esto afectó mi propia rutina. Con el tiempo, empecé a ajustar mi horario al de ellas. Me acostaba más temprano porque sabía que al día siguiente me despertaría con el canto del gallo. Y aunque al principio me costaba, aprendí a apreciar esa especie de sincronización con la naturaleza.

12. Algunas razas son más propensas a enfermedades

Por último, y quizás lo más importante que aprendí, es que algunas razas de gallinas tienen una salud más delicada que otras. Al principio, cuando una de mis gallinas se enfermó, pensé que era algo aislado, pero luego me di cuenta de que ciertas razas son más propensas a problemas de salud.

Las Silkie, por ejemplo, son adorables con sus plumas suaves y esponjosas, pero también son muy sensibles. Si no las cuidas bien, pueden enfermarse fácilmente. Lo mismo pasa con las Polish, que tienen esos moños llamativos en la cabeza. Resulta que esas plumas les dificultan la visión, lo que las hace más vulnerables a lesiones e infecciones.

Por otro lado, razas como la Plymouth Rock o la Australorp son bastante resistentes. Parecen tener un sistema inmunológico de acero y rara vez se enferman, lo cual es una gran ventaja, especialmente si eres nuevo en esto de criar gallinas.

Esto me enseñó la importancia de investigar bien antes de elegir qué razas criar. No se trata solo de elegir las más bonitas o las que ponen más huevos, sino también de considerar su salud y resistencia.

Pensamientos finales

Criar gallinas ha sido una de las experiencias más singulares de mi vida. Me ha dado huevos frescos, sí, pero también muchas risas, aprendizajes y momentos de asombro. Cada una de ellas, con su raza, tamaño, actitud y, a veces, extraños comportamientos, me ha enseñado que incluso en algo tan sencillo como un gallinero hay una riqueza de historias y lecciones esperando por ser descubiertas.

Si alguna vez estás pensando en criar gallinas, te animo a explorar distintas razas. Más allá de lo que puedan ofrecer en términos de huevos o producción, te darán una experiencia llena de variedad, sorpresas y algo invaluable: una conexión más profunda con los pequeños placeres de la vida.

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