Mi Primer Gallinero Fue un Desastre: ¡Evita Estos 10 Errores!
¡Hola, hola, amantes de las plumas y el cacareo! Bienvenidos de nuevo al canal. Hoy vengo con un tema que me da un poquito de vergüenza admitir, pero que creo que les va a servir un montón si andan pensando en meterse en el mundo gallinero. Les voy a confesar mis 10 peores errores de novato con las gallinas. Sí, me equivoqué, y mucho. ¡Pero ustedes no tienen por qué pasar por lo mismo! Así que, si quieren evitar desastres plumíferos y dolores de cabeza (y de bolsillo), quédense conmigo. Esto va a ser un viaje rápido por mis metidas de pata. ¡Empecemos!
1. No pensar en la ventilación
Este es uno de esos errores que, visto en retrospectiva, me hace sentir un poco tonto. ¿Cómo es posible que no pensara en algo tan básico como la ventilación? Mi lógica (si es que a eso se le puede llamar lógica) era: «Cuanto más cerrado, más calentito estarán en invierno». ¡Error garrafal!
Construí mi gallinero con paredes sólidas, una puerta y una pequeña ventana que rara vez abría. El resultado era un ambiente viciado, húmedo y con un olor… bueno, digamos que no a rosas. Las gallinas respiraban un aire pesado, lleno de amoníaco proveniente de sus excrementos (sí, la cruda realidad). En verano, aquello se convertía en un verdadero sauna, un caldo de cultivo perfecto para enfermedades.
Las pobres gallinas jadeaban, se veían aletargadas, y yo, en mi ignorancia, pensaba que quizás estaban cansadas. ¡Qué ingenuo! Lo que les faltaba era aire fresco. Un gallinero bien ventilado es crucial para la salud de las aves. Ayuda a disipar la humedad, reduce la acumulación de amoníaco y mantiene una temperatura más estable, evitando el estrés por calor o frío extremo.
La próxima vez (y créanme, habrá una próxima vez, pero mejor planificada), la ventilación será una prioridad desde el primer tornillo. Ventanas estratégicamente colocadas, quizás una malla en la parte alta para permitir la circulación de aire sin corrientes directas… ¡Las ideas ya están fluyendo! Y mis futuras gallinas me lo agradecerán con huevos más felices y un ambiente más agradable.
2. Hacer el gallinero demasiado pequeño
Si el primer error fue la falta de aire, el segundo fue la falta de espacio. Inspirado por Pinterest y esas fotos idílicas de pequeños gallineros de cuento de hadas, me dejé llevar por la estética y no por la funcionalidad. Construí un gallinero que, si bien era bonito, era del tamaño de un armario grande.
Parecía suficiente para las tres gallinas jóvenes que compré inicialmente. ¡Pero las gallinas crecen! Y no solo crecen, sino que también necesitan espacio para moverse, rascar el suelo, extender sus alas (sí, las gallinas también estiran sus alas, ¡y es importante para ellas!). En mi pequeño gallinero, apenas podían darse la vuelta sin tropezar unas con otras.
El resultado era estrés, peleas por los mejores lugares para dormir o poner huevos, y un ambiente general de hacinamiento. Las gallinas felices necesitan espacio. Necesitan poder picotear, explorar y tener su propio “metro cuadrado” (aunque sea imaginario) para sentirse cómodas.
Aprendí que es mucho mejor sobrestimar el tamaño necesario que subestimarlo. Un gallinero con espacio de sobra es un gallinero con gallinas más felices y saludables. Además, facilita la limpieza (un punto no menor, créanme). La próxima vez, pensaré en grande… ¡bueno, no gigante, pero sí lo suficientemente grande para que mis gallinas no se sientan como sardinas en lata!
3. No protegerlas contra depredadores
Aquí viene la parte que aún me da un escalofrío. Pensé: «Bueno, estoy en un sitio urbanizado, no creo que tenga problemas con depredadores». ¡Qué ignorancia la mía! Los depredadores están por todas partes, solo que a veces no los vemos. Un gato callejero, un perro despistado, una comadreja, un hurón… y sí, ¡hasta un zorro se puede colar en un sitio que no te esperas!
Mi primer gallinero no tenía ninguna protección seria. La tela metálica que le puse era de malla ancha, y la puerta la cerraba con un simple pestillo. Una noche, un depredador (sospecho que un zorro, por las huellas) intentó colarse. La tela metálica no fue un obstáculo, la rompió como si fuera papel. Por suerte, el ruido y mis gritos lo ahuyentaron antes de que hiciera un desastre mayor, pero el susto que me llevé fue de órdago. Encontré plumas por todos lados y una de mis gallinas estaba en estado de shock.
Desde ese día, mi gallinero se convirtió en una fortaleza. Tela metálica de malla fina y resistente (la de triple torsión es una maravilla), cimientos enterrados para evitar que caven por debajo, puertas con cierres robustos y una rutina de cerrar el gallinero herméticamente al anochecer. La seguridad de mis gallinas se convirtió en una prioridad absoluta. Más vale prevenir que lamentar una pérdida, y créanme, el dolor de ver a tus animales sufrir por tu negligencia es algo que no quieres experimentar.
4. No considerar la orientación del sol y la lluvia
Cuando construí mi primer gallinero, lo puse donde mejor me venía en ese momento, sin pensar demasiado en factores externos. Y resultó ser un error más de la lista. La orientación del sol y la lluvia puede afectar enormemente la comodidad y la salud de tus gallinas.
En verano, el sol de mediodía pegando directamente en el gallinero lo convertía en un horno. Mis gallinas buscaban desesperadamente la sombra, pero no había mucha donde esconderse. El estrés por calor es real, y puede ser muy peligroso para ellas.
En invierno, la lluvia y el viento entrando por donde no debían hacían que el interior se volviera húmedo y frío. La humedad es enemiga de las gallinas, ya que favorece la aparición de enfermedades respiratorias y parásitos.
Aprendí que la orientación es clave. Idealmente, la puerta y la mayor parte de la apertura del gallinero deberían estar orientadas hacia el este, para recibir el sol de la mañana y evitar el sol abrasador de la tarde en verano. Además, es importante considerar la dirección de los vientos dominantes y colocar el gallinero de manera que esté protegido de ellos. Y, por supuesto, un techo adecuado con un buen saliente para proteger de la lluvia es fundamental. Mi primer gallinero era como una casa de muñecas bajo la lluvia, y mis gallinas, pobres, parecían patos a regañadientes.
5. Usar materiales que se pudren fácil
Movido por el ahorro y por la idea de ser ecológico, utilicé mucha madera reciclada que tenía por ahí. Tablas viejas, listones que habían estado a la intemperie… Pensé que era una gran idea. Y lo fue… por un tiempo.
El problema es que muchos de esos materiales no estaban tratados para resistir la humedad y los cambios de temperatura. Con el tiempo, la madera empezó a hincharse, a agrietarse y, lo peor de todo, a pudrirse. Mi gallinero, que al principio parecía sólido, empezó a desmoronarse lentamente.
Las tablas podridas no solo son antiestéticas, sino que también crean puntos débiles por donde pueden entrar depredadores (¡volvemos a ese punto!), y se convierten en el lugar perfecto para que se instalen parásitos. Además, un gallinero que se está pudriendo no es higiénico para las gallinas.
Aprendí que invertir en materiales de calidad desde el principio, materiales que estén tratados para resistir la intemperie, a la larga te ahorra dolores de cabeza y dinero. Puedes usar madera, sí, pero que sea madera adecuada para exterior y con un buen tratamiento. O incluso considerar otros materiales como paneles de resina o metal, que son más duraderos y fáciles de limpiar. Mi primer gallinero parecía sacado de una película de terror al cabo de unos meses, con la madera desintegrándose.
6. Pensar que el alimento para gallinas es todo igual
Este, amigos, es el error que me hizo sentir como el peor «padre» de gallinas del mundo por un tiempo. Cuando empecé, fui a la tienda de piensos con esa actitud de «bueno, el saco más barato y que diga ‘gallinas’ será suficiente, ¿no?». ¡ERROR GIGANTE! Pensaba que el pienso era como el pan, que más o menos todos cumplían la misma función.
Pues no. Rápidamente me di cuenta de que mis gallinas no estaban tan «enérgicas» como esperaba, y la producción de huevos era… bueno, digamos que más esporádica que un día de lluvia en el desierto. Empecé a investigar (sí, por fin, después de hacerlo mal) y descubrí el fascinante mundo de los piensos para aves. Hay piensos de iniciación para pollitos, piensos de crecimiento, piensos para ponedoras con diferentes niveles de proteína y calcio, piensos orgánicos, piensos con suplementos… ¡una locura!
Lo que yo estaba haciendo era darles básicamente una dieta genérica, como si a un atleta le dieras solo arroz blanco todos los días. No estaban recibiendo los nutrientes necesarios para estar sanas, fuertes y, sobre todo, para poner esos huevos tan deseados. Ahora sé que invertir en un buen pienso para ponedoras, adecuado a la edad y la etapa de vida de mis gallinas, es fundamental. Es como darle a tus «chicas» su multivitamínico diario. Y sí, se nota la diferencia. Las plumas brillan más, están más activas y, ¡oh, alegría!, la cesta de huevos empieza a llenarse de forma más constante. Aprender a leer las etiquetas del pienso, entender qué significan los porcentajes de proteína, calcio y otros nutrientes, fue un antes y un después. No se trata solo de darles de comer, se trata de nutrir. Y yo al principio, solo les daba «algo» de comer. Vaya lección.
7. Poner los comederos y bebederos en el suelo
Confieso que al principio, con mi mentalidad minimalista (o perezosa, llámenlo como quieran), pensé que lo más fácil era simplemente dejar los comederos y bebederos directamente en el suelo del gallinero. «Así ellas comen y beben cómodamente», pensé. ¡Iluso de mí!
Lo que realmente sucedía era que mis gallinas, con su entusiasmo natural por escarbar y picotear todo lo que encuentran, convertían esos recipientes en verdaderos ceniceros de viruta, tierra y, seamos sinceros, heces. El agua se volvía turbia en cuestión de minutos, y el pienso… bueno, la mitad terminaba desperdiciada en el suelo, mezclado con la cama.
Además de ser antihigiénico para ellas (y potencial foco de enfermedades), era un desperdicio de dinero brutal. Tiraba pienso que acababa sucio y tenía que cambiar el agua constantemente. La solución fue tan simple como barata: comprar o fabricar unos soportes para elevar los comederos y bebederos a una altura donde las gallinas pudieran acceder cómodamente sin pisarlos ni escarbar en ellos. ¡Mano de santo! De repente, el pienso duraba más, el agua se mantenía limpia por más tiempo y el gallinero en general se veía mucho más pulcro. Un pequeño cambio con un gran impacto en la higiene y la economía. Si estás empezando, ¡por favor, no cometas mi error! Eleva esos recipientes desde el día uno. Tus gallinas y tu bolsillo te lo agradecerán.
8. No dividir las zonas: descanso, ponederos y comida
Este error está un poco relacionado con el anterior, pero va más allá de los comederos. Al principio, mi gallinero era básicamente un espacio diáfano. Tenían su percha para dormir, los ponederos en una esquina (que a veces usaban y a veces no, ya hablaremos de eso), y el resto era un espacio «multiusos». Comían donde les daba la gana, escarbaban donde les daba la gana, y a veces, con total descaro, incluso dormían en los ponederos o cerca de la comida.
Las gallinas, aunque parezcan un poco caóticas a veces, son animales de rutinas y, hasta cierto punto, de orden. Les gusta saber dónde ir para cada cosa. No tener zonas definidas generaba estrés (sí, las gallinas también se estresan) y dificultaba la limpieza y el mantenimiento. Por ejemplo, si comían y bebían cerca de la zona de descanso, el lecho se ensuciaba más rápido. Si los ponederos no estaban bien diferenciados y atractivos, preferían poner huevos en lugares escondidos del jardín (¡y luego a buscarlos como si fuera una yincana!).
Aprender a dividir el espacio del gallinero fue clave. Creé una zona de descanso elevada y protegida con perchas cómodas. Los ponederos los ubiqué en una zona más oscura y tranquila, con un buen acolchado para que se sintieran seguras al poner sus huevos. Y la zona de comida y bebida la mantuve separada del resto, con los recipientes elevados como ya mencioné. Esto no solo facilitó mi vida (limpiar por zonas es mucho más eficiente), sino que también mejoró el bienestar de mis gallinas. Se sentían más seguras, seguían mejor sus rutinas naturales y, ¡sí!, la puesta de huevos se volvió más predecible y concentrada en los ponederos. Es como tener diferentes «habitaciones» en su casa; cada una con su función.
9. No poner suficiente iluminación natural
Otro fallo garrafal que cometí por ahorrar en el diseño inicial fue no pensar lo suficiente en la iluminación natural. Mi primer gallinero era un poco como una cueva. Tenía una puerta y una pequeña ventanita, pero en general era bastante oscuro, especialmente en invierno.
Las gallinas, como muchos seres vivos, dependen de la luz para regular sus ciclos biológicos, incluida la puesta de huevos. La falta de luz natural suficiente puede afectar su estado de ánimo y, sobre todo, reducir drásticamente la producción de huevos. Necesitan una cierta cantidad de horas de luz al día (alrededor de 14-16) para estimular la ovulación de forma constante. En mi oscuro gallinero, especialmente durante los meses más fríos y con menos horas de sol, mis gallinas entraban en una especie de «modo descanso» prolongado. Ponían muy pocos huevos o ninguno en absoluto.
Cuando me di cuenta de la importancia de la luz, hice algunas modificaciones. Amplié las ventanas, añadí una claraboya en el techo y me aseguré de que la puerta pudiera abrirse durante el día para dejar entrar la máxima cantidad de luz natural posible. ¡La diferencia fue notable! Mis gallinas se volvieron más activas, más curiosas y, como por arte de magia, la producción de huevos aumentó significativamente, incluso en invierno (aunque en invierno siempre es un poco menos que en primavera/verano, eso es natural). La luz natural es vida para ellas, es como su vitamina D y su despertador biológico. No subestimen su importancia al planificar el gallinero.
10. No planificar el acceso fácil para limpiar
Al construir mi primer gallinero, estaba tan centrado en la estructura y en que las gallinas tuvieran «algo» donde estar, que no pensé ni por un segundo en cómo iba a limpiarlo cómodamente. El resultado era un espacio con rincones difíciles de alcanzar, una puerta de acceso un poco estrecha y una disposición general que hacía que sacar el lecho sucio y meter el nuevo fuera una tarea agotadora y que me dejaba la espalda hecha polvo.
Limpiar el gallinero es una tarea fundamental para mantener a las gallinas sanas y prevenir enfermedades. Un gallinero sucio es un caldo de cultivo para parásitos, bacterias y malos olores. Y si la limpieza es una tortura, es fácil empezar a postergarla. Y cuanto más la postergas, peor se pone la cosa. Un círculo vicioso de suciedad y pereza.
Con el tiempo, aprendí a diseñar pensando en el mantenimiento. Ahora, si construyera un gallinero desde cero, me aseguraría de tener una puerta lo suficientemente grande para entrar con una pala o una carretilla pequeña, que todas las superficies fueran fáciles de rascar y barrer, que los rincones fueran accesibles y que hubiera buena ventilación para que el lecho se mantuviera seco por más tiempo. Incluso, algunos gallineros tienen techos abatibles o paredes que se abren para facilitar la limpieza a fondo. Pensar en la limpieza desde el principio te ahorra tiempo, esfuerzo y frustración a largo plazo. Es como diseñar una cocina; piensas dónde poner el cubo de la basura y cómo vas a fregar. Con el gallinero es igual.
Bonus: Tener más gallinas de las que podía manejar
Este es un clásico error del novato, impulsado por el entusiasmo y quizás un poco de avaricia (¿quién no quiere una nevera llena de huevos frescos?). Empecé con unas pocas gallinas, como era lógico. Pero luego vi una raza que me gustó, luego otra, y de repente, mi pequeño gallinero empezó a parecer el arca de Noé (pero solo de gallinas).
Tener más gallinas de las que puedes manejar implica varias cosas. Primero, menos espacio por ave, lo que aumenta el estrés y la probabilidad de picaje y peleas. Segundo, más comida, más agua, más limpieza… en resumen, más trabajo. Tercero, más ojos a los que echar un vistazo diario para detectar posibles enfermedades o problemas.
Me di cuenta de que no tenía el tiempo ni el espacio adecuado para tantas aves. La calidad de vida de mis gallinas (y la mía) se resintió. Reducir el número fue una decisión difícil, pero necesaria. Ahora tengo un número manejable de gallinas para mi espacio y mi tiempo. Puedo dedicarles la atención que merecen, el gallinero no está superpoblado y la vida es más tranquila para todos. Antes de lanzarte a comprar más y más gallinas, sé realista sobre tu espacio, tu tiempo y tu capacidad para cuidarlas adecuadamente. La calidad siempre supera a la cantidad.
¡Pues eso es todo, amigos! Espero que mis metidas de pata les sirvan para no cometer los mismos errores. Montar el gallinero fue toda una aventura, y aunque tuve mis tropiezos, ¡lo volvería a hacer! Ahora, a disfrutar de los huevos frescos y de la compañía de estas locas emplumadas. Si tienen alguna pregunta o su propia historia de gallinero, déjenla en los comentarios.