Granjero mira como asombra como sus gallinas buscan su comida por si mismas

Experiencia con gallinas en libertad: resultados, problemas y consejos para criadores

¡Dejar que mis gallinas anduvieran libres fue una de las decisiones más interesantes y divertidas que he tomado en mi vida de granjero amateur! Al principio, tenía muchas dudas y miedos—las clásicas historias de gallinas rebeldes, gallineros destrozados y huevos imposibles de encontrar—pero la curiosidad me ganó. Ahora, después de varios meses de observarlas corretear a sus anchas por el patio y el jardín, puedo enumerar fácilmente al menos 12 cosas que pasaron cuando mis gallinas dejaron de vivir encerradas. Algunas buenas, otras… digamos aprendidas a la fuerza. Pero todas se han convertido en anécdotas inolvidables. Muy bien comencemos

1. ¡Adiós al «Gran Escape» Mañanero!

Antes de la liberación, la rutina matutina era un auténtico espectáculo de circo. Imagínense la escena: yo, medio dormido, con mi taza de café en la mano, tratando de abrir la puerta del gallinero sin que las gallinas salieran disparadas como proyectiles. Era una carrera contrarreloj, una lucha constante por mantener el orden y evitar que mis queridas aves se aventuraran más allá de los límites permitidos. Vamos, que parecía que las tenía encerradas en Alcatraz.

Todas las mañanas era igual: un cacareo estridente, aleteos furiosos, picotazos al aire… ¡un caos! Estaban desesperadas por salir, por rascar la tierra, por pillar al primer gusano despistado que se cruzara en su camino. Era tal la ansiedad, que a veces lograban escaparse antes de que yo pudiera siquiera abrir la puerta por completo. Entonces, empezaba una persecución digna de Benny Hill, con yo corriendo detrás de las gallinas, intentando redirigirlas hacia el gallinero. ¡Era agotador!

Pues bien, amigos, cuando les di la libertad que tanto ansiaban, ¡el show del «Gran Escape» desapareció por completo! De un día para otro, la rutina matutina se volvió tranquila, pacífica. Abierta la puerta del gallinero siempre las gallinas salían con calma, sin prisa, sin alboroto. ¡Como si hubieran firmado un pacto de no agresión! La ansiedad se esfumó y se transformó en una placidez contagiosa. Ahora, las veo salir con una elegancia casi aristocrática, como si fueran dueñas y señoras del jardín. La verdad, me da hasta envidia su tranquilidad matutina.

2. Se volvieron “paisajistas” profesionales.

Aquí es donde las cosas se pusieron… interesantes. Resulta que mis gallinas, además de tener un talento innato para la fuga, también tenían un ojo crítico para el diseño de jardines. Un ojo crítico… destructor.

Al principio, pensé: «¡Qué bien! Comerán las malas hierbas, airearán la tierra, y todo será maravilloso». Ingenua de mí. Mis gallinas no se dedicaron a comer malas hierbas de forma ordenada y eficiente. No. Se dedicaron a desenterrar TODO. Plantas, flores, pequeños arbustos… Nada escapó a su furia escavadora. Era como si un huracán de plumas y garras hubiera arrasado mi jardín.

Las begonias que tanto me había costado cultivar quedaron reducidas a esqueletos desolados. Las margaritas, que siempre parecían tan alegres, yacían arrancadas de raíz, con la tierra removida a su alrededor. Y mi preciada huerta… bueno, mejor no hablar de ella. Zanahorias a medio comer, lechugas deshojadas, y tomates mordisqueados fue el resultado.

Aprendí una valiosa lección: las gallinas, aunque puedan ser útiles en el jardín, necesitan supervisión. Y vallas. Muchas vallas. Ahora, si me preguntan, les diré que contraté a un equipo de «paisajistas» muy peculiares. Especializados en el arte del caos organizado.

3. Adiós a las plagas del jardín.

Dentro de todo este desastre paisajístico, hubo una nota positiva. ¡Adiós, bichos! Mis gallinas, con su insaciable apetito, se convirtieron en verdaderas máquinas de exterminar insectos. Orugas, babosas, caracoles, escarabajos… todo lo que se movía y era remotamente comestible, desaparecía en sus picos.

Antes, me pasaba horas rociando insecticida, preocupada por dañar mis plantas y contaminar el suelo. Ahora, simplemente soltaba a mis gallinas y ellas hacían el trabajo sucio por mí. Era como tener un ejército de pequeñas depredadoras, patrullando mi jardín y manteniendo a raya a las plagas.

Eso sí, también comían arañas, lombrices y otros insectos beneficiosos. Pero, oye, no se puede tener todo. Al menos, mis plantas estaban a salvo de los ataques masivos de orugas hambrientas. Y yo podía dormir por las noches sin tener pesadillas con babosas gigantes devorando mis lechugas. Un pequeño precio a pagar por la paz mental, ¿no?

4. Huevos sorpresa por todas partes

Y aquí llegamos al punto álgido de la aventura. El mayor beneficio (y el mayor quebradero de cabeza) de tener gallinas libres: los huevos.

En el corral, la rutina era sencilla: las gallinas ponían sus huevos en los nidos, yo los recogía, y todos contentos. Pero en libertad… ¡la cosa se complicó! Resulta que mis gallinas, al tener acceso a todo el jardín, decidieron que cualquier lugar era un buen sitio para poner un huevo.

Al principio, era emocionante. Encontrar un huevo escondido entre las flores, debajo de un arbusto, o incluso en el hueco de un árbol, era como encontrar un pequeño tesoro. Era una aventura constante. Una búsqueda del tesoro a escala gallinácea.

Pero la emoción pronto se convirtió en exasperación. Empecé a encontrar huevos en los lugares más insospechados. En la maceta de la entrada, dentro de la barbacoa (¡casi cocino uno!), y hasta en el coche de mi vecino (¡por suerte, no se rompió!).

Me convertí en un experto en la búsqueda de huevos. Patrullaba el jardín a diario, escudriñando cada rincón, levantando hojas y moviendo macetas. A veces, encontraba una docena de huevos. Otras veces, solo un par. Y otras veces, nada. Era un misterio constante.

Además, algunos huevos, al no ser recogidos a tiempo, se echaban a perder. El olor era… indescriptible. Digamos que no es el aroma más agradable para perfumar un jardín.

Así que, al final, tuve que recurrir a estrategias más elaboradas. Empecé a colocar nidos falsos en los lugares donde las gallinas solían poner huevos. Intenté guiarlas, convencerlas de que esos eran los lugares ideales para la puesta. A veces funcionaba. Otras veces, no. Mis gallinas seguían siendo rebeldes y ponían sus huevos donde les daba la gana. ¡La libertad tiene sus inconvenientes!

5. Las peleas disminuyeron

Una de las cosas que más me sorprendió, y que realmente me alegró, fue la drástica disminución de las peleas entre mis gallinas. Antes, cuando estaban más confinadas, era un constante picoteo y empujones. Literalmente, un «orden de picoteo» llevado al extremo. Siempre había alguna que se sentía la reina malvada del gallinero y se dedicaba a amargarle la vida a las más tímidas.

Supongo que al tener más espacio para moverse, para buscar comida y, en definitiva, para tener su propio territorio, las tensiones se redujeron considerablemente. Ya no estaban tan obligadas a competir por el espacio y la comida, lo que obviamente redujo el estrés y la agresividad. Ahora las veo mucho más relajadas, picoteando el pasto juntas, sin necesidad de estar luchando por el último gusanito.

Además, creo que el simple hecho de poder alejarse unas de otras también ayuda. Antes, en el gallinero, si una gallina le caía mal a otra, ¡tenía que aguantársela todo el día! Ahora, si hay tensión, simplemente se van a un rincón distinto del jardín y se acabó el problema. Es como las relaciones humanas, ¿no? A veces, un poco de espacio es la clave para la convivencia.

La verdad, esta fue una de las razones más importantes por las que me alegro de haberlas liberado. Verlas más felices y menos estresadas me hace sentir mucho mejor como gallinero responsable (y confieso, también me quita un peso de encima, porque las peleas me ponían de los nervios).

6. ¡Aumentó la puesta de Huevos!

¡Aquí está la recompensa! Después de unos días de adaptación (y después de perseguir a un par de gallinas que habían decidido poner sus huevos en lugares absolutamente random, como debajo del coche o dentro de la maceta de las petunias), la producción de huevos se disparó. ¡Pero de una manera impresionante!

Al principio pensé que era casualidad, pero después de semanas de una puesta constante y abundante, me di cuenta de que no era solo suerte. Creo que el hecho de tener más espacio, más acceso a comida fresca y menos estrés contribuyó enormemente a su salud y, por ende, a su capacidad de poner huevos de forma más regular y eficiente.

Además, noté que los huevos eran más grandes y tenían una yema mucho más naranja y rica. ¡Un lujo! Era como tener gallinas ponedoras profesionales trabajando a tiempo completo para mí. Y lo mejor de todo, ¡sin tener que darles un curso intensivo de productividad!

Al principio me veía desbordado con tanta cantidad de huevos. ¡No sabía qué hacer con ellos! Regalé a vecinos, hice tortillas gigantes, horneé bizcochos para todo el barrio… ¡Hasta pensé en montar un puesto de huevos en la calle! Al final, encontré el equilibrio y ahora disfruto de huevos frescos todos los días, y hasta me da para congelar algunos para el invierno. ¡Una maravilla!

7. ¡Exploradoras Audaces al Rescate!

Antes, mis gallinas eran… bueno, gallinas. Es decir, animales domésticos que pasaban la mayor parte del tiempo dentro del gallinero o en el pequeño corral adyacente. No eran especialmente curiosas ni aventureras.

Pero una vez que les di la oportunidad de explorar el mundo exterior, se transformaron en auténticas Indiana Jones de la avicultura. Empezaron a aventurarse cada vez más lejos del gallinero, explorando rincones que nunca antes habían visto. Las veía metiéndose entre los arbustos, investigando debajo de los coches, incluso intentando escalar pequeños muros (con resultados generalmente desastrosos).

Su curiosidad parecía no tener límites. Olisqueaban todo, picoteaban todo, intentaban comerse todo (incluyendo cosas que obviamente no eran comestibles, como piedras y trozos de plástico). Eran como niños pequeños descubriendo el mundo por primera vez.

Me sorprendía su capacidad para encontrar cosas interesantes. Siempre parecían saber dónde estaban los mejores insectos, las hierbas más sabrosas y los lugares más seguros para esconderse. Tenían un instinto increíble para la supervivencia.

Esta audacia exploradora también trajo algunos problemas, como por ejemplo, el hecho de que a veces se perdían y tenía que ir a buscarlas por todo el jardín. Pero en general, me parecía algo positivo. Las veía más estimuladas, más felices y más inteligentes. La libertad les había dado alas… y patas para explorar.

8. Pequeños Accidentes “Decorativos”

Y llegamos al tema delicado… al tema que todo el mundo se pregunta cuando le cuentas que tienes gallinas sueltas por el jardín: ¡la caca! Sí, amigos, las gallinas defecan. Y mucho. Y si las dejas sueltas, defecan por todas partes.

No voy a endulzar la píldora: al principio fue un shock. ¡Había cacas en el césped, en las baldosas, en las sillas, en las plantas! Era como un campo minado, ¡tenía que andar con cuidado para no pisar una bomba!

Al principio me agobié un poco y empecé a limpiar compulsivamente, pero pronto me di cuenta de que era una batalla perdida. Simplemente no podía estar todo el día persiguiendo a las gallinas con un cubo y una fregona.

Así que decidí cambiar de estrategia. Empecé a ver la caca de gallina como un «abono natural» y a aprovecharla para fertilizar el jardín. ¡Y la verdad es que funciona de maravilla! Mis plantas nunca han estado tan verdes y frondosas.

Además, aprendí a convivir con la caca y a aceptarla como parte del paisaje. Sí, a veces tengo que limpiar las sillas antes de sentarme, y sí, a veces piso alguna que otra bomba despistado, pero, en general, ya no le doy tanta importancia.

aHORA HAGO UNA LIMPIEZA PROFUNDA CADA SEMANA Y NO A DIARIO COMO LO HACIA EN UN PRINCIPIO.

9. Un Vínculo Más Fuerte con Mis Gallinas

Este punto es quizás el más inesperado y, sin duda, el más gratificante. Antes, cuando las gallinas vivían recluidas en su gallinero, las veía como… bueno, gallinas. Animales que ponían huevos y que necesitaban cuidados básicos. Pero al dejarlas libres, empecé a verlas como individuos, con personalidades y peculiaridades únicas.

Empecé a reconocer a cada gallina por su forma de caminar, por su sonido característico y por sus preferencias. Aprendí que Berta era la más curiosa y aventurera, siempre la primera en explorar nuevos territorios. Que Clara era la más tímida y prefería quedarse cerca del gallinero, picoteando tranquilamente. Y que Ramona era la líder indiscutible del grupo, siempre vigilando a las demás y marcando el ritmo.

Observarlas interactuar entre ellas, ver cómo se comunicaban y cómo se protegían, me hizo sentir una conexión mucho más profunda con ellas. Empecé a pasar más tiempo en el jardín, simplemente observándolas y disfrutando de su compañía. Y ellas, a su vez, se volvieron más confiadas y amigables. A veces, se acercaban a mí mientras trabajaba en el jardín, picoteando mis zapatos o simplemente acurrucándose a mis pies.

Fue una experiencia transformadora. Descubrí que las gallinas son animales mucho más inteligentes y sensibles de lo que la gente cree. Y que, al igual que cualquier otra mascota, pueden llenar tu vida de alegría y compañía. Esa sensación de cercanía, de conexión con la naturaleza y con estos animales tan especiales, fue uno de los mejores regalos que me dio la experiencia de dejarlas andar libres.

10. La Importancia de la Vigilancia Constante

Si piensan que dejar a las gallinas libres significa relajarse y olvidarse de ellas, ¡están muy equivocados! Aunque disfruten de su libertad y autonomía, también necesitan supervisión constante. El mundo exterior está lleno de peligros, y como dueños responsables, es nuestro deber protegerlas.

Los depredadores son la principal amenaza. En mi caso, tuve que lidiar con perros callejeros, gatos curiosos y, lo más sorprendente, ¡un halcón! Al principio, pensaba que estaba exagerando, que los depredadores no eran un problema real. Pero un día, vi a un halcón sobrevolando mi jardín, listo para atacar a una de mis gallinas. Afortunadamente, pude espantarlo a tiempo, pero fue un toque de atención que me hizo tomar el tema mucho más en serio.

Además de los depredadores, también hay que estar atentos a otros peligros, como plantas venenosas, objetos afilados o espacios donde puedan quedar atrapadas. Las gallinas son curiosas y, a veces, un poco torpes, así que es importante mantener el jardín seguro y libre de riesgos.

Por eso, me convertí en una especie de «guardaespaldas gallináceo». Pasaba gran parte del día vigilando a mis gallinas, asegurándome de que estuvieran a salvo y de que no se metieran en problemas. Al principio, era agotador, pero con el tiempo me acostumbré. Aprendí a identificar las señales de peligro, a anticiparme a los problemas y a reaccionar rápidamente cuando era necesario.

La vigilancia constante puede parecer una tarea pesada, pero vale la pena el esfuerzo. Saber que estoy protegiendo a mis gallinas y que les estoy permitiendo disfrutar de su libertad sin correr riesgos, me da una gran satisfacción.

11. La Adicción a los Huevos Frescos

Si alguna vez han probado un huevo recién puesto, sabrán de lo que hablo. Es algo mágico. La yema es de un naranja intenso, la clara es firme y el sabor es… bueno, es simplemente indescriptiblemente delicioso.

Cuando dejé a mis gallinas andar sueltas, la calidad de sus huevos mejoró aún más. Supongo que, al tener acceso a una dieta más variada (insectos, hierba, semillas, etc.), producían huevos aún más nutritivos y sabrosos.

A partir de ese momento, me volví adicta. No podía soportar la idea de comprar huevos en el supermercado. Eran insípidos, aguados y, francamente, aburridos. Necesitaba mis huevos frescos. Los huevos que sabía que provenían de gallinas felices y saludables que vagaban libremente por mi jardín.

Empecé a regalar huevos a mis amigos y vecinos. Al principio, estaban un poco escépticos («¿Huevos de gallina? ¿En serio?»). Pero, después de probarlos, se convirtieron en adictos también. De repente, tenía una larga lista de personas rogándome por huevos frescos.

La adicción a los huevos frescos es una adicción costosa. Requiere tiempo, esfuerzo y mucha paciencia (especialmente cuando las gallinas deciden dejar de poner huevos durante el invierno). Pero, al final, vale la pena. Porque no hay nada como disfrutar de un delicioso huevo fresco en el desayuno, sabiendo que proviene de tus propias gallinas. Es una pequeña alegría simple que hace que la vida sea un poco mejor.

12. La Lección Invaluable de la Adaptación

Y llegamos al final de esta aventura. Si hay una lección que aprendí al soltar a mis gallinas, es la importancia de la adaptación. Las cosas rara vez salen según lo planeado. Siempre hay sorpresas inesperadas, desafíos imprevistos y momentos de pura frustración.

Pero la clave para el éxito, tanto en la avicultura como en la vida, es la capacidad de adaptarse. De ajustar tus expectativas, de aprender de tus errores y de encontrar soluciones creativas a los problemas que surgen. De ser flexible y estar dispuesto a cambiar de rumbo cuando sea necesario.

Al principio, tenía una visión muy idealizada de cómo sería tener gallinas al aire libre. Imaginaba un jardín idílico, lleno de flores vibrantes y gallinas felices picoteando hierba. Pero la realidad fue mucho más caótica y desordenada. Tuve que aprender a aceptar la imperfección, a abrazar el caos y a encontrar la belleza en lo inesperado.

Tuve que aprender a ser más paciente, más comprensiva y más observadora. Tuve que aprender a escuchar a mis gallinas, a entender sus necesidades y a adaptarme a sus ritmos. Y, lo más importante, tuve que aprender a reírme de mí misma y a no tomarme las cosas demasiado en serio.

La adaptación no siempre es fácil. Requiere esfuerzo, paciencia y una buena dosis de humildad. Pero las recompensas son inmensas. Te permite crecer, aprender y convertirte en una persona más fuerte y resiliente. Y, en el caso de la avicultura, te permite disfrutar de la alegría de criar gallinas felices y saludables, incluso si eso significa tener un jardín un poco desordenado y lleno de «pequeños accidentes decorativos».

Así que ahí lo tienen, amigos. Mi saga gallinácea al aire libre ha llegado a su fin. Espero que hayan disfrutado de estas historias y que hayan aprendido algo útil para sus propias aventuras emplumadas. Recuerden: suelten a sus gallinas (con precaución), abracen el caos y, sobre todo, disfruten de los huevos frescos. ¡Hasta la próxima!

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