Cómo pasé de 3 a 20 gallinas: guía real y consejos prácticos
Hoy les traigo una historia que me llena el corazón y que, sinceramente, no esperaba que llegara tan lejos. Todo empezó de la manera más sencilla: con tres gallinas. Sí, así de simple. Tenía un pequeño espacio y ganas de probar algo nuevo.
Lo que no sabía en ese momento es que esas tres gallinas iban a ser el inicio de algo mucho más grande. Hoy, mirando a mi alrededor, me encuentro con 20 de ellas. ¡Veinte! Parece una locura, ¿verdad?
En este video quiero compartirles todo el proceso. Desde cómo decidí tener las primeras, los desafíos que aparecieron (que créanme, hubo varios), los momentos de alegría y, sobre todo, cómo pasé de tres a veinte emplumadas compañeras.
Así que, si alguna vez han pensado en tener gallinas, o simplemente les da curiosidad esta aventura, quédense conmigo porque les voy a contar cómo fue. ¡Empezamos!
1. Investigar antes de comprar: ¡El Santo Grial del principiante!
Este es, sin duda, el primer y más importante paso. Y te lo digo yo, que al principio, aunque lo sabía, me dejé llevar un poco por la emoción y no investigué lo suficiente. Error de novato, ¡lo sé! Pero hey, de los errores se aprende.
Antes de siquiera pensar en comprar la primera gallina, tienes que sentarte y hacer tu tarea. ¿Qué tipo de gallinas quieres? ¿Quieres ponedoras para tener huevos frescos cada mañana? ¿Quieres razas más rústicas que aguanten mejor el frío o el calor? ¿Te interesan las razas ornamentales, esas que son tan bonitas que parecen sacadas de un cuento? Hay un mundo de razas allá afuera, cada una con sus características, sus necesidades y hasta sus personalidades (sí, las gallinas tienen personalidad, te lo juro).
Piensa también en el espacio que tienes. Algunas razas necesitan más espacio que otras. No es lo mismo tener gallinas que campean libres por un prado que tenerlas en un corral más limitado. Y lo más importante, ¿tienes el tiempo para dedicarles? Las gallinas no son mascotas que puedes dejar solas por días. Necesitan agua fresca, comida, limpieza del gallinero y, sobre todo, observación. Saber reconocer si una gallina está enferma es clave, y eso solo se aprende pasando tiempo con ellas.
Yo, al principio, me enamoré de unas razas por su apariencia, pero luego me di cuenta de que no eran las más adecuadas para mi clima o para la cantidad de huevos que quería. Tuve que adaptarme, y aunque salió bien, habría sido más fácil empezar con las razas correctas desde el principio. Así que, mi consejo: lee libros, busca información en internet (¡hay blogs y foros de gallineros maravillosos!), habla con gente que ya tenga gallinas. Empápate de conocimiento antes de dar el gran paso. ¡Te ahorrará muchos dolores de cabeza!
2. Empezar con poco: La sensatez hecha gallina.
Aquí es donde entra mi número mágico: tres. ¿Por qué tres y no diez o quince de golpe? Pues Este punto va de la mano con el anterior. Es tentador ver todas esas razas y querer tenerlas todas, ¿verdad? O imaginar un gallinero enorme lleno de gallinas felices. Pero créeme, empezar con poco es la clave del éxito.
Yo empecé con tres gallinas. ¿Por qué tres? Bueno, porque investigué y leí que un grupito pequeño es ideal para empezar. Te permite aprender a manejar un gallinero a pequeña escala, a entender el comportamiento de las gallinas en un grupo reducido y a adaptarte a sus necesidades sin sentirte abrumado.
Si empiezas con 20 gallinas de golpe, la probabilidad de que algo salga mal es mucho mayor. Es como aprender a cocinar: no empiezas haciendo una cena de gala para 30 personas el primer día, ¿verdad? Empiezas con una receta sencilla, te familiarizas con los ingredientes y las técnicas, y poco a poco vas subiendo de nivel. Con las gallinas es lo mismo.
Empezar con poco te da margen para el error. Si algo no funciona con el gallinero, con la alimentación, o con lo que sea, es más fácil corregirlo cuando solo tienes un puñado de gallinas. Además, te permite conocer a tus gallinas individualmente. Sí, cada gallina es diferente, tiene su carácter, sus manías. Al principio, con solo tres, las conocía por su nombre (aunque se parecieran todas, ¡yo las distinguía!). Con 20, es más difícil, te lo aseguro.
Así que, respira hondo, controla las ganas de tener un ejército de gallinas desde el principio, y empieza con un número manejable. Te lo agradecerá tu bolsillo, tu tiempo y tu tranquilidad.
3. Acondicionar el espacio
Una vez que ya sabes qué gallinas quieres y cuántas, llega el momento de prepararles su hogar. Y aquí no vale cualquier cosa. Las gallinas necesitan un espacio seguro, limpio y cómodo.
Lo primero es la seguridad. Los depredadores son el enemigo número uno de las gallinas. Zorros, hurones, perros, incluso aves rapaces… la lista es larga. Así que el gallinero tiene que estar bien protegido. Malla metálica resistente (nada de tela de gallinero fina, que se rompe con un estornudo de zorro), tejado para protegerlas de la lluvia y del sol fuerte, y una puerta que cierre bien.
El espacio dentro del gallinero también es importante. Necesitan sitio para moverse, para escarbar (¡les encanta!), para revolcarse en la tierra (es su forma de bañarse en seco y quitarse parásitos, aunque suene raro) y para descansar. No las apelotones. Un gallinero sobrepoblado es caldo de cultivo para enfermedades y estrés.
Y dentro del gallinero, los básicos: comederos y bebederos. Tienen que estar accesibles para todas las gallinas, y elevados para evitar que se llenen de suciedad. Nidos: un lugar oscuro y tranquilo donde puedan poner sus huevos cómodamente. Y perchas: las gallinas duermen en altura, se sienten más seguras.
Al principio, con mis tres gallinas, mi gallinero era modesto, pero funcional. Lo adapté a las necesidades básicas y lo fui mejorando con el tiempo. Añadí más perchas, mejoré el sistema de nidos, puse un tejado más resistente. La clave es empezar con algo decente y luego ir perfeccionándolo según vayas viendo qué funciona mejor para tus gallinas y para ti. No tiene que ser una mansión avícola de lujo al principio, pero sí un lugar donde se sientan seguras y cómodas.
4. Entender la jerarquía en el gallinero
Si pensabas que las gallinas eran todas iguales y que vivían en paz y armonía, déjame decirte que estás muy equivocado. En un gallinero hay una jerarquía bien marcada, un orden social que se conoce como «orden de picoteo». Y créeme, es real.
Hay una gallina dominante, la «jefa», que es la primera en comer, la que elige el mejor sitio para dormir, y la que mantiene a raya al resto del grupo. Debajo de ella hay otras gallinas con diferentes rangos, y al final de la escala están las «últimas», las que tienen que esperar su turno para todo.
Observar el orden de picoteo te enseña mucho sobre el comportamiento de tus gallinas. Te das cuenta de quién es la más valiente, quién es la más tímida, quién es la que siempre intenta colarse en la fila. Al principio, puede parecer un poco violento, ver cómo se pican unas a otras, pero es su forma de establecer y mantener el orden.
Es importante no interferir demasiado en esta jerarquía, a menos que veas que una gallina está siendo acosada de forma constante y peligrosa. Introducir gallinas nuevas en un grupo ya establecido puede ser complicado, porque el orden de picoteo se altera y tienen que volver a establecerlo. Esto puede generar peleas y estrés.
Cuando pasé de 3 a 20, tuve que introducir grupos de gallinas en diferentes momentos. Y sí, hubo sus momentos de tensión, de «quién manda aquí». Pero si les das espacio suficiente y les permites establecer su orden natural, la cosa suele resolverse sola. Entender que esta jerarquía existe te ayuda a comprender por qué se comportan como lo hacen y a no preocuparte en exceso por las pequeñas escaramuzas.
5. Aprender a alimentarlas bien
Este punto es fundamental para la salud y la productividad de tus gallinas. Una gallina bien alimentada es una gallina sana, que pone huevos de calidad y que es más resistente a las enfermedades. Y no, darles solo sobras de comida o pan viejo no es alimentarlas bien.
Las gallinas necesitan una dieta equilibrada que les proporcione la energía, las proteínas, las vitaminas y los minerales que necesitan. La base de su alimentación suele ser un pienso comercial formulado específicamente para gallinas ponedoras (si quieres huevos) o para pollos de engorde (si ese es tu objetivo). Este pienso ya está balanceado y les aporta la mayoría de los nutrientes que necesitan.
Pero no todo es pienso. Las gallinas disfrutan mucho picoteando. Les encanta escarbar en la tierra en busca de insectos, gusanos y semillas. Si tienes espacio, déjalas pastar, ¡es lo mejor para ellas! Les proporciona ejercicio, estimulación y una dieta más variada.
También puedes complementar su alimentación con verduras frescas, frutas (con moderación), y algunos cereales. Pero ojo, hay alimentos que son tóxicos para las gallinas (como el aguacate, las semillas de manzana o las patatas crudas) y otros que no les aportan nada nutricionalmente. Investiga qué alimentos son seguros y cuáles no.
Y un detalle importantísimo: el calcio. Para poner huevos con cáscaras fuertes, las gallinas necesitan mucho calcio. Además del calcio que ya viene en el pienso, puedes ofrecerles cáscaras de huevo trituradas (bien secas y molidas para evitar que reconozcan el huevo y se vuelvan caníbales) o conchas de ostras. Verás cómo lo picotean con gusto.
6. Prevenir Enfermedades: Más Vale Prevenir que Curar
Si hay algo que me enseñó el aumento de mi población avícola es que la salud de mis gallinas se convirtió en una prioridad absoluta. Cuando tienes tres, si una se pone malita, la cuidas individualmente y listo. Pero cuando tienes veinte, una gallina enferma es una potencial epidemia. Y creedme, ver a varias de tus chicas decaídas es un golpe al corazón.
Este fue el punto de inflexión donde dejé de ser un simple cuidador para convertirme en una especie de detective avícola. Empecé a obsesionarme con la limpieza. ¡Y no te imaginas la cantidad de caca que pueden producir veinte gallinas! Limpiar el gallinero se volvió una rutina sagrada, casi un ritual zen (bueno, no tanto, pero sí muy necesario). Entendí que un gallinero limpio es el primer escudo contra las enfermedades.
Además de la limpieza, me adentré en el fascinante (y a veces un poco asqueroso) mundo de la prevención. Investigar sobre las enfermedades comunes en las gallinas se convirtió en parte de mi día a día. ¿Piojos? ¿Ácaros? ¿Coccidiosis? Empecé a conocer los síntomas, las causas y, lo más importante, cómo evitarlos. Desde poner hojas de eucalipto en los nidos para repeler insectos hasta incorporar ajo en su dieta como un antibiótico natural (sí, ajo para gallinas, cosas que una aprende en este mundillo).
También me di cuenta de la importancia de la observación. Aprender a reconocer los signos de una gallina sana: ojos brillantes, cresta roja, comportamiento activo. Y, por supuesto, aprender a identificar cuando algo no va bien: apatía, plumas erizadas, estornudos sospechosos. Una detección temprana puede marcar la diferencia entre un pequeño susto y una pérdida dolorosa.
7. Construir con visión a futuro
Cuando empecé con tres gallinas, mi gallinero era, francamente, un poco improvisado. Un espacio delimitado con unas maderas, un par de perchas y un nido hecho con una caja vieja. Y funcionaba, para tres. Pero cuando las tres se convirtieron en diez, y luego en veinte, ese gallinero empezó a quedarse pequeño, a volverse incómodo para limpiarlo y, francamente, no era lo más seguro del mundo.
Este punto me obligó a pensar a largo plazo. No solo en cuántas gallinas tenía en ese momento, sino en cuántas podía tener en un futuro (o cuántas quería tener). Un gallinero para veinte gallinas no es lo mismo que uno para tres. Necesitas más espacio por animal para evitar el estrés y las peleas, más nidos, más perchas. Necesitas un diseño que facilite la limpieza, la recolección de huevos y que proteja a las gallinas de los depredadores.
Así que me tocó ponerme manos a la obra (literalmente). Investigué diseños de gallineros, materiales resistentes y seguros. Tuve que ampliar el espacio, construir una estructura más robusta, pensar en la ventilación, en la protección contra el frío y el calor. Fueron fines de semana de trabajo duro, de medir, cortar, atornillar. Mi espalda lo sintió, mis manos se llenaron de rozaduras, pero cada tablón colocado era un paso hacia un hogar mejor para mis gallinas.
8. Aceptar que criar gallinas no siempre es rentable
Aquí viene la parte que a muchos les cuesta aceptar. Cuando empecé, con la emoción de los primeros huevos, pensaba: “¡Qué bien! Huevos frescos, ecológicos… incluso podría vender el excedente y sacar un dinerillo”. Y sí, vendes algunos huevos. La gente valora la calidad, el sabor, el color (¡los míos son marroncitos y preciosos!). Pero, seamos sinceros, ¿es rentable tener gallinas a esta escala?
Pues… no. O no de la forma que la mayoría entiende la rentabilidad. El coste del pienso, del maíz, de la paja para la cama, de las vitaminas (sí, a veces necesitan suplementos), las visitas al veterinario si algo va mal, la luz en invierno para que pongan más (sí, eso se hace, aunque yo no lo hago mucho, prefiero que descansen)… todo eso suma. Y el precio al que vendes los huevos, por muy “ecológicos” y “de corral” que sean, rara vez cubre todos esos gastos.
Aceptar que no todo es rentable es crucial para no frustrarte. Tener gallinas es un estilo de vida, es una satisfacción personal, es saber lo que comes, es conectar un poco con la naturaleza. Es una inversión de tiempo y esfuerzo que se ve recompensada de otra manera. Es el placer de abrir el ponedero y encontrar un huevo aún caliente, es verlas escarbar con gusto en el patio, es escucharlas cacarear felizmente. Si entras en esto pensando en hacerte rico vendiendo huevos, te vas a decepcionar. Si entras por la experiencia, por la calidad, por la conexión, entonces sí, es increíblemente rentable… para el alma. Y eso, para mí, vale más que cualquier dolar.
9. Criar o comprar más
Con la experiencia acumulada y la infraestructura mejorada, llegó el momento de plantearse: ¿Cómo aumento el número de gallinas? ¿Compro pollitas nuevas o intento criar las mías propias?
Ambas opciones tienen sus pros y contras. Comprar pollitas es más rápido y te aseguras razas específicas y edades controladas. Sin embargo, también implica un gasto inicial y el riesgo de introducir enfermedades en tu corral.
Criar tus propias gallinas, ya sea a partir de huevos fértiles o con incubadora, es un proceso más largo y laborioso. Requiere más conocimiento y cuidado, especialmente en las primeras semanas de vida de los polluelos. Pero es increíblemente gratificante verlos crecer y te permite seleccionar tus propios reproductores si quieres seguir una línea específica.
Yo probé las dos cosas. Compré algunas gallinas adultas para introducir nuevas razas y mejorar la genética. Y también me animé a incubar huevos. La experiencia de ver eclosionar un huevo y criar a un pollito desde cero es mágica, aunque también te expone a la fragilidad de la vida y a las pérdidas.
Al final, la decisión depende de tus objetivos, tu tiempo, tu espacio y tu nivel de experiencia. No hay una respuesta correcta o incorrecta. Lo importante es que el crecimiento sea controlado y que estés preparado para el aumento de trabajo y responsabilidad que conlleva tener más animales.
10. Entender los ciclos: La naturaleza manda (y tú te adaptas)
Este es un punto que me costó un poco asimilar al principio. Uno se acostumbra a tener huevos frescos todos los días, o casi. Y de repente, llega el invierno, los días se acortan, hace frío… Y las gallinas dejan de poner con la misma frecuencia. Incluso puede que dejen de poner del todo durante un tiempo.
Al principio, me preocupaba. «¿Qué les pasa? ¿Estarán enfermas?». Pero luego entendí que es algo completamente natural. La puesta de huevos está ligada a la luz del día. Cuando los días son más cortos, su cuerpo les dice que es momento de descansar. Es su ciclo natural.
Entender estos ciclos te quita un peso de encima. Te das cuenta de que no están «fallando», simplemente están siguiendo su ritmo biológico. Y aprendes a valorar aún más los huevos cuando vuelven a poner con regularidad en primavera y verano.
También hay otros ciclos. El de la muda de pluma, por ejemplo. Las gallinas renuevan su plumaje una vez al año, y durante ese proceso, que dura varias semanas, suelen dejar de poner huevos. Es un momento en el que necesitan mucha energía para formar las nuevas plumas, y la puesta pasa a un segundo plano.
Aceptar estos ciclos te enseña paciencia y te conecta con la naturaleza. Te das cuenta de que no puedes controlar todo, y que hay ritmos que hay que respetar. Y también te obliga a ser previsor. Si dependes mucho de los huevos para el consumo familiar, quizás tengas que comprar algunos en invierno o planificar tu producción para tener excedentes en las épocas de mayor puesta.
¡Y bueno, gente! Llegamos al final de este viaje emplumado. De tres gallinas que casi eran de adorno, a veinte que arman un escándalo increíble pero que me llenan de alegría (¡y huevos!).
Si algo les puedo decir es que se animen. No necesitan una granja, no necesitan ser expertos. Solo ganas de ensuciarse un poquito las manos y disfrutar del proceso. Cada huevo es una pequeña victoria, cada pollo que nace es un milagro.
Así que, ya saben, si tienen un patio, una terraza o hasta un galpón, ¡a lo mejor una gallinita les cambia la vida!
Gracias por acompañarme en esta aventura. Si les gustó, ya saben, like, comenten, compartan y suscríbanse para más locuras avícolas.
¡Nos vemos en el próximo video! ¡Chau!